miércoles, 22 de septiembre de 2010

Devolviendo el toque

En las after de las homilía blogeras,
mueren mujeres.
Especialmente mujeres bellas,
Sí mueren mujeres feas,
mejor que nadie se entere
o posteé.
No me disculpo si mato a un engendro.
Es que sus líneas, dimensiones y contornos
me emocionan, me instruye,
me alumbran y me modifican.
Pero, sólo me suele suceder
cuando la temperatura chirlea mis mejillas
con unos 38 grados centígrados
dejándolas aún más coloradas que de costumbre.
Y sobretodo, cuando leo los obituarios del gran diario argentino.
Siempre, en la web
multiplican panchos y birras
como Jesús de Laferrere.
Además, de vez en cuando
les crece la nariz al dialogar con un grillo,
un gato o a una zorra parlante
que cree ser una hada azul
en la cuadra de Hipólito Yrigoyen 183...
Ahora, "mataré a todos,
no quedará ninguno vivo,
servirá de prueba,
cuando entre con metrallas"
Dice un soldado bloKero
mientras prepara tereré,
escucha a Calamaro
y come maíz pisingallo.
Oh sí,
en las after,
para darle un toque
hay sangre,
uñas rojas, art nouveau
y cámara web.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Las sabanas de las chicas del 2 "K"

Bajo el cielo monopolizado de azul, me asomé a verla por la ventana. Ella, sobre la terraza, colgaba las sabanas blancas haciéndoles dobleces para que el viento acariciase los bordes de satín.
Sujetó con el broche de madera la última sabana y encendió un cigarrillo. Inhaló dos bocanadas y volvió a su departamento descalza, mojada y con la remera del Ché anudada por encima de su ombligo. La miré haciéndome el oso desde la ventana imparcial mientras tomaba café con malta y fumaba un cigarrillo pensando, que nunca supe como hablarle. Sólo me atrevía a fingir un saludo casual las pocas veces que la cruzaba por los pasillos del block.
Ahora, ella apareció por el balcón, se agachó y envolvió con la sección política del gran diario argentino, las cagadas nocturnas que dejaban sobre los mosaicos las aves de rapiña por las noches.
Sin asco, ella depositó el bollo de heces secas dentro del basurero, enlazó la bolsa roñosa dejándola debajo de la bacha de servicio y se dirigió al living donde prendió el televisor, se sentó sobre el futón y sonrió al ver en 678 la sociedad Duhalde-Magneto al son de Malayunta.
Tomó el papel prensa (Tiempo Argentino) que se desasía a un costado del almohadón, lo ojeó rápido y volvió a dejarlo en el mismo almohadón. Pitó una vez más y abollo el cigarrillo contra el cenicero que estaba sobre la mesita ratona.
La ventana que hay junto a mi baño me mostraba una postal panorámica del 2 “k”. Observo a ella recostada sobre el futón y pienso que tiene un cuerpo hermoso, sobretodo cuando su pelo ensortijado se anuda entre varios invisibles por encima de sus hombros. Levanto la vista hacia la terraza sabiendo que todavía es temprano y las sabanas, seguramente no se han secado.
Un estruendo en la puerta me obliga a posar nuevamente la mirada sobre el 2 “k”. Las sonrisitas picaras me indicó que llegaba Naty (la compañera de piso). Naty, llevaba una pollera corta y un strapless florido, se sentó encima de las piernas de ella y la besó en las mejillas.
Yo, sólo atinaba a mirarlas por la ventana sin decirles nada.
Entre caricias y felicitaciones, las chicas se quedaron abrazadas una sobre la otra en el futón del living. Naty había sido elegida como presidente del centro de estudiantes en la Escuela de Trabajo Social, su agrupación nacional y popular ganó por tan sólo 18 votos electrónicos.
Con lágrimas en los ojos, ella le dijo a Naty que ya le habían dado turno en el Registro Civil para noviembre. Naty se levantó sonriendo y fue a la cocina, puso la pava y preparó el mate amargo como lo preparaba su madre Miriam. Recordó sonándose la nariz a su madre y pensó, como se sonrojaría al saber que ella se casaría en noviembre.
–¡Pobre vieja!–se decía, tuvo que llegar exiliada desde la banda oriental a fines de los ’70 ya que su abuelo, perseguido y encerrado en el ’68 tras el ataque a la emisora radial Ariel con el MLN-T, la condenó. La pava silbó fuerte y Naty volvió en sí.
Yo, terminaba de leer El perro del Hortelano de Lope de Vega y recordé que con Naty tampoco había cruzado palabra alguna. Tiré en el inodoro el cigarrillo y la borra de café pastosa anidada en el fondo de la taza. Me percaté desde el tragaluz que ella volvía descalza a la terraza para levantar las sabanas. Eclipsado por su belleza y la pulcritud de los bordes de satín, reflexioné irónico diciéndome:
–¡Qué bien que le quedaron! son tan blancas como la sonrisa de Dady Brieva.
Sin quitar la vista de la terraza me estiré hacia un costado desenvolviendo un poco de papel higiénico. Me pregunté –¿por qué mis sabanas no quedaban así? y me respondía, bambaleando la cabeza de un lado al otro, que tal vez ya era hora de hablarle a las chicas.
Me limpié el culo y jalé la tira del inodoro teniendo en claro que cuando me subiera los pantalones, les tocaría la puerta y les preguntaría –¿Qué jabón en polvo usaban?