viernes, 30 de julio de 2010

El depto.

Era sencillo, entrábamos, apostábamos y nos íbamos con un colchón de plata del tugurio del “Corcho” López. Messi, iba hacer el jugador del mundial. Sus goles, similar a los que hacía en el Barcelona, nos daría el oro. Pero una estaca en el semblante azul marino que nos propinó Alemania, cambió todo.
Tras el fracaso del mundial de Sudáfrica, Mirna y yo buscábamos un departamento para irnos a vivir juntos. Sí hubiese estado solo, sin duda alguna, caminaría con mis botas camperas de piel de iguana por las grandes inmobiliarias, riendo y hablando, mientras tomo café al paso. Pero junto a ella, el traqueteo se hace muy largo y hay que ir lento; observando cada habitación, cada piso, cada edificio.
Sin perder el tiempo, fuimos a la inmobiliaria Martínez. Me lo había recomendado Carlos, uno de los muchachos que jugaba con nosotros a las cartas en el café Victoria los jueves a la noche. Carlos, era sobrino de Martínez y como un favor acepté la recomendación de ir a verlo, ya que jugábamos hasta el final.
Las oficinas estaban en el 1º piso de la Galería Norte por Rivera Indarte. No me daba mucha confianza, por la ubicación, la gran mayoría de la gente sabe lo que mueve la Norte. Sin embargo, Carlos me comentó que Martínez tenía buenos muebles y baratos.
Como quería finiquitar rápido el asunto, al ingresar hablamos con un empleado para que nos muestren los departamentos. Mirna, no estaba de acuerdo con mi premura, porque quería chequear los pisos y las zonas. Además, la plata era de ella, ya que yo estaba quebrado, me entregó los billetes para hacer la transacción con la condición de que encontrásemos el mejor.
Cargué los 55 mil dólares en un sobre de papel color madera contra mi pecho, atándola con cinta aisladora sobre la camiseta de Belgrano, justo debajo de la tetilla. Pensé que era el lugar más seguro de todos, junto a mi corazón y el escudo “pirata”, lejos de pungas, motochorros y facinerosos que podrían robarme.
El empleado, un joven lánguido con un corte franciscano en su cabeza, bigote estilo “fu manchú”, bien parejo, vestido con saco y pantalón azul, nos invitó a que fuésemos a recorrer las viviendas. Cansado, tras visitar cinco inmuebles por casi toda la ciudad, masticaba caramelos de goma sin dejar de bambolear mi mandíbula de un lado al otro. Advertí en los gestos del agente de bienes raíces, una irritación inocultable de fastidio que le producía mis muecas. Lo miré fijo y reflexioné sobre las ganas que él tendría de aplicarme un golpe de puño en el medio de la cara por mal parido; y la patada en el culo que le propinaría a ella, por ser tan hincha pelotas. Salimos, a Mirna le gustó el departamento. Era en un tercer piso sobre calle San Jerónimo, a pocas cuadras de la plaza San Martín.
Regresamos a la Norte, pero esta vez ingresamos por Santa Rosa, subimos las escaleras hasta el entrepiso mientras sonaba en la galería un tema de “Bobi Gora y Tremendo Son”. El vendedor nos dijo que era una sala vip. Cruzamos la puerta y el tal Martínez no atendió, aparentaba un hombre cálido y cauto como una ciénaga mansa. No obstante, noté que le sudaban las manos y la frente, levantó la mirada hacía nosotros y atinó a solicitar con voz temblorosa y entrecortada la plata. Se la entregué y nos hizo tomar asiento en un sillón, nos ofreció café de máquina y nos concedió un formulario para llenar. Dirigiéndose hacia la puerta -dijo -Ahora vengo.
Esperamos media hora hasta que Mirna decidió salir afuera, nos habían engañado. No había nadie y ella empezó a gritar. Luego de hacer la denuncia, dejé a Mirna con sus padres y fui a ver a Carlos.
Al llegar, Carlos me preguntó si Mirna sospechó de la estafa. Le respondí que no y que iba a reponerse. Me entregó los 55 mil dólares y me explicó que con eso no alcanzaba para pagar la deuda. Había que reunir más, pero por lo menos, nos daba tiempo hasta que él convenciese a su novia de buscar departamentos juntos.

jueves, 29 de julio de 2010

El sicario que tomó mate por la luna, el húngaro y los viejos amigos


Sentado sobre la banca de la plazoleta del Fundador y debajo de un níspero añejo donde se juntaban algunos jóvenes en ronda, tomaba un mate simple. Esperaba que bajase el pobre diablo que había estafado al “húngaro”, un gringo sojero de la localidad de Coronel Molde y conocido por sus estrechas relaciones con el difunto empresario Alfredo Yabrán.
El embaucador, era un abogado de treinta años que trabajaba en Rentas de la provincia. -tenés que encargarte del tipo -me dijo el sembrador cuando me contrato. Había malversado ciertos planos de unos campos repletos de sojas que pertenecían al húngaro, con nombre de otro.
Seguramente, el mal parido estaría finiquitando la transa en la oficina del 3 “B” de la calle Obispo Trejo y 27 de Abril, frente a la plazoleta del Fundador. El pícaro, había estacionado su auto, un Chevrolet Corsa, sobre 27 de Abril. Coloqué una “bomba lapa” bajo el chasis del rodado, perforándolo y adhiriéndolo con un imán, la activación sería por medio de un sensor de movimiento (o sea, con el encendido de las llaves).
Mientras hacía tiempo, recordé el 20 de julio de 1994, cuando Gustavo, Lucero y yo tomábamos mate bajó el mástil de piedra y recostados arriba de una bolsa arpillera en el césped de la plaza Gutemberg de Villa Belgrano. Con una remera de Nirvana y las chuzas largas hasta la cintura, Gustavo cebaba mate y comenzaba la ronda por la izquierda. Lucero ofuscada, lo puteaba considerándolo como una falta de respeto.
Ella, vestía unos hot pants por encima de las calzas negras, botas de caña alta (negras también), un batido monumental con fijador en su cabeza (similar a Gloria Trevi). Siempre muy pintada, cubierta de anillos, pulseras, aros y la cruz malta como colgante, regalo que le había hecho para su cumpleaños.
Yo, enfundado con mi vaquero Uniform que en el bolsillo trasero derecho tenía bordada la estrella roja, zapatilla Nike air azules y mi camisa hawaiana con dos botones prendidos, les mostré el articulo que había salido publicado en la revista “muy interesante” sobre el aniversario de los 25 años de la llegada del hombre a la luna.
-¡Qué groso!, amiga. – le dije, y además, le cité una frase de la nota.
-El amigo Armstrong pone el pie en la luna y dice: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.
-Sí, es cierto – me había contestado Lucero, y prosiguió con su reflexión de amistad: -pero Collins dentro de la nave en el día del amigo, es el “hombre más solitario del universo”. –finalizó, mientras cargaba el porongo con tres cuartas partes de yerba y con la palma de la mano derecha lo tapaba, dándolo vuelta boca abajo y agitándolo enérgicamente.
Luego de sus palabras, Gustavo le arrebato el mate llenándose de polvillo las manos y lo tomó hervido.
-¡Ves! por porfiado, eso delata envidia y sos un tonto porque yo estaba cebando. -susurró ella sonriendo y jugando con sus bucles en la cabeza.
Me acuerdo que yo me levanté y fui a comprar unos churros con el walkman en la cintura y los auriculares colgados en los oídos escuchando el tema “Amigos” de Los Enanitos Verdes al puesto del flaco Gigena, en la esquina de calle Boyle y Gauss, justo frente de la plaza.
Volví en mí y miré el reloj, ansioso quería que el abogado saliese ya, tenía que juntarme con Lucero en la plaza Gutemberg para festejar. Corrí la mirada hacía la izquierda y divise al truhán salir del edificio, paró a comprar un atado de cigarrillo en el quiosco antes de llegar al auto. Prosiguió su marcha, subió al Corsa y cinco segundos después, el trabajo fue perfecto. No hubo que sufrir daños colaterales. Había utilizado “Tovex”, un explosivo gelatinoso que sirve para implosionar edificios.
Apure el último mate con espuma mientras se tapaba la bombilla, no quería decepcionarla a ella llegando tarde. Porque seguramente se iba a decepcionar cuando no llegase Gustavo hoy a la plaza. Y peor aún, se entristecería mucho mañana a la mañana cuando leyese en el diario que murió calcinado en su auto, luego de la explosión.

miércoles, 28 de julio de 2010

Bla, blá

Es tan sencilla la historia, pero a la vez difícil de contarla. El encanto de las palabras tienen dolor, y el dolor tiene palabras certeras. Ella se enloquece de vez en cuando. Todos enloquecemos de vez en cuando. Sin embargo después de unos años, cansado de estar embarrado, perdido y empantanado por los caminos despierto y devuelto de devoción, paramos. El destino bifurca el corazón embriagando impestivamente, con mil kilómetros anteriores a uno.
El largo traqueteo al hogar, a la tierra ancestral llena de maravillas y fábulas, sinceriza meticulosamente el recuerdo misterioso y solitario de cuerpos desnudos. La locura galopa por toda la familia: ¿Quien querría ver florecer los colores del mundo, sí el gradiente aparece en pantallas de LCD?
La tarde invernal es fría, responder una pregunta de Goethe es demasiado y tener que comprender que mucha gente no quiere ser desconectada me enloquece nuevamente. Siempre que veo a uno de ellos, me acuerdo de ti, de la ansiedad que te lleba a desenvolverte dentro de la estructura, baby.
La vida va demasiado rápido y no hay tantas llaves que abran puertas... Me miras y me haces recordar que cuando acabe de hablar, por favor me callé.

sábado, 24 de julio de 2010

Obediencia debida

-No alcanza la vergüenza rutilante ni las excusas ensayadas -me dije sin percatarme de la silueta humana que se deslizó junto a mi. “Chupénme un huevo, chupénme los dos”, escuché entre la muchedumbre absorta en la dársena 33. El miedo estreso que se sumó al ritmo acelerado que percibí peligrosamente mientras consumía pitadas cortas de tabaco, no alcanzó para adaptarme rápidamente a tantos cambios bruscos.
Acabando el pucho rubio hasta el filtro que sostenía entre mis dedos, índice y mayor, observé a Ana. En su cara reposaba un esbozo de sonrisa diabólica, pícara, donde sus dientes apretaban el maxilar con dureza. El ahogamiento de desamor rodeo el brillo de sus ojos. Ella, prefirió el resplandor filoso del puñal y explícitamente clavarlo en mi torso. Con un agujero en el pecho y el corazón perforado, grité desesperadamente. Esas palabras enfermas que callaron mis labios, sugirieron refugiarse en la crudeza del alma.
"Mucha cerveza y whisky", aseguraron los especialistas después de haber encontrado mi cuerpo apuñalado en la estación de ómnibus. Combiné la pasión con el engaño violentamente de esa mujer extrovertida casi ríspida quién me quitó la lealtad y el corazón. El trastorno depresivo no fue un estado pasajero de tristeza. Sólo a segunda vista me provocó una reacción sentimental de fascinación y repugnancia al mismo tiempo.
Zumbó en mis oídos las melodías que acarrean los pájaros nocturnos. Un podrido olor a rancio que me envolvía, no por el alcohol; presumió la llegada de la tempestad. Riéndome, me pregunté sí esto nos daría el destino. Osado contemplé la vasta y revoltosa estación mientras miraba la respingada y colorada nariz mojada, entristecida y desorientada de Ana.
Supe que iba a ocurrir. Aquel cántico ardiente y primitivo de abril que descendió desde el ocaso hasta lo más profundo de su anatomía desnuda, me condenó. Los bríos de sueños que navegué temblorosamente por el frutal claroscuro de su bajo vientre, caducó en la noche que me dijo -sé lo que hiciste.
Rememoré aquella noche de 1979 en el terraplén de San Vicente. Consciente de mi oficio lo golpeé una y otra vez. Me acerque a las gavetas de la mesa, saqué con una mano el cinturón ribeteado de balas y con la otra tomé la cacha del revólver. Lo miré y sonreí a medida que el cabo primero le recorría la picana de punta a punta. Esos días acabarían y también mi vida. Saber que Ana era hija del subversivo expió mis pecados. La oscuridad golpeó más fuerte, las nubes estaban más cerca, me pregunté si lo podría haber evitado ó por lo meno, si sólo no hubiese sido tan cobarde en esos tiempos. Pero no.
Qué bella transformación inesperada, “debí regalarle más láminas de la vieja Paris”, cavilé con el último exhalo justo cuando el balsero apuraba la transacción que me depositara encapuchado en aquel horizonte donde el paisaje se burla de la vida ajena.

lunes, 19 de julio de 2010

Carta de julio al viejo

Hola viejo, parece que han pasado como doscientos años que no nos vemos. Te comento que “La Fuente de Trevi” es exactamente igual a como me lo describías de chico. Seguramente no ha cambiado nada desde que te fuiste, e Italia es tan linda como en tus relatos. Con Manuel caminábamos por las estrechas callejuelas y encontramos una placita que me hizo recordar a la del pueblo.
¡Te acordás cundo íbamos!. Yo, le daba de comer a las palomas con las migajas de pan casero que horneaba Catalana todos los días a la cinco de la mañana y vos me enseñabas la grandeza del país. De como ese ecuestre general de mármol en el centro del ágora sorteó las dificultades de cruzar por el paso de Uspallata.
Aquí, en la vieja Europa la situación no esta nada bien, decidimos volver a la Argentina con una gran valija de recuerdo para que llevemos a Manual a la plaza y el olor de la tierra indígena nos abrace nuevamente con un guiso de garbanzo calentito.

Primerizo

Siempre descubrís, con el café de las mañanas tus nuevas capacidades y habilidades que despliegan un abanico de risas cruda. Con las pantuflas al lado de la cama recordás que la partera dijo que tenés falta de rutina hogareña. Tartamudeando con el corazón sordo advertís y mostrás otra cara, la cara del amor.
Cuidas tu respiración. No intentas cambiar la forma en el fluido del aire por tu cuerpo y sentís como el final sólo es el principio de algo más. El llanto te alerta, corres desesperado con el poder y la gloria de atenderlo sin importarte, la suegra, la gorda y los cuernos.

miércoles, 7 de julio de 2010

Diente libre en la parrilla Do Santo

Marchó hacía la plazoleta Carlos Gardel para encontrarse con Rony y El Picante, dos medios hermanos que vivían en villa La Tela e hijos de Marita, una mujer que sostenía un comedor infantil y de un changarín conocido como el “Tomate”, famoso porque fue encontrado bajo una zanja cubierta de portland en la zona de la Circunvalación hace un par de años. El “Niño” Pintos, descendió del R8 en la parada de calle Belgrano y se dirigió a la intersección con Cañada donde los medios hermanos se encontraban esperando bajó la estatua de mármol erguida del cantor arrabalero. En la mano derecha llevaba las estampitas del Gauchito Gil, San La Muerte y de otros patronos populares para no levantar sospecha, en tanto que la izquierda empuñaba un Nokia Palm 650 donde sonaba “Bailarín asesino” de Kapanga. Saludó al dúo y guardo el “chiche” en el bolsillo izquierdo del pantalón, agarró la tuca de marihuana que estaban fumando los muchachos, la pito tres veces y la devolvió.
Había que laburar por la zona de Nueva Córdoba dijo el Nene mientras se acomodaba la entrepierna. Prosiguió, invitándolos a que fueran a visitar “La Parrilla Do Santo”. A esa hora estarían haciendo la caja, suponía Pintos y la guita sería segura. Rony dubitativo, intentó persuadirlos para que no fueran a bajar el restaurante porque tenía un vigilante y todos sabían de lo intocable que era el parrillero. Les recordó que el “Manteca”, conocido punga de Villa La Tela, lo intentó en dos ocasiones y fue guardado en ambos casos, en la segunda lo acuchillaron en una riña dentro del pabellón. El Niño Pintos, con una mueca de soberbia en su cara y tras darle de nuevo dos pitadas cortas a la tuca, gritó que el Manteca era un perejil.
En cinco minutos estaban encañonándolo al parrillero. Tomaron 2 mil pesos y una tira de asado. Corrieron hacía la Cañada nuevamente y atrás de una Tipa se manducaron la carne seca, ni el Gauchito Gil ó San La Muerte los salvo de la mala jugada. El guardia junto a dos policías venían trotando por la vereda opuesta, picaron sin dudarlo hacía el río Suquía.
–¡Para, para! ¡No doy más! –se quejó Rony. El Niño y el Picante pararon, se miraron fijos tratando de inhalar y exhalar un poco de aire, el Niño levantó sus cejas y ambos rajaron. El alarido de Rony no los detuvo, quedó relegado por sus pulmones extasiados de cannabis y su estomago pesado por el atracón de aberdinangus a las brasas.
Los policías no le dijeron nada, lo capturaron y zamarrearon golpeándolo en la cabeza, uno de los azules se quedó con él y llamó a un móvil. El vigilante y el otro agente continuaron con la persecución. Desde el suelo, Rony oyó como silbaban en el aire los pertrechos de los 9 milímetros en dirección al río. El cana sonrío y le dijo burlonamente.
-Ya fueron pibe, ¡qué pelotudos que son! debieron haberse entregado sin tirar un corcho.
-Pero, para loco, el caño es de plástico y lo tiramos a la Cañada ¡fijaté, chabón! ¡fijaté! –bramó el medio hermano entre lágrimas y sangre.
Las sirenas del patrullero policial se escucharon más fuerte, sintió que lo patearon otra vez en la cara abriéndole el pómulo derecho. Antes de depositarlo, Do Santo quiso verlo. Observó a Rony unos segundo, volvió la mirada al cabo diciéndole que quería recuperar lo suyo. El cabo asintió con sus ojos, lo subieron y lo llevaron hasta el comedor de la parrilla. El chef afilaba las cuchillas y el vigilador subía el volumen del estéreo tarareando “estoy preso y condenado” de La Mona Jiménez.
Do Santo prendió el fuego y ordenó al chef que trozara primero los miembros y luego el espinazo, terminando por las entrañas. El chiflido seco impactando en la madera de la mesada indicó que la pieza ya estaba lista. Afuera, un mozo pintaba en la pizarra el menú del día “parrillada diente libre 15 cortes por persona, 35 pesos”.

martes, 6 de julio de 2010

La protesta del Che, Zeppeling y Paco de Lucía

-¿Qué se puede hacer para evacuar los intestinos con mayor frecuencia? ¿Y sí, tomo laxantes ó será peligroso? -pensaba silenciosamente mientra mantenía la cabeza gancha mirando el suelo del auto mugriento y cantando mentalmente “Hay una dama que asegura que es oro todo lo que reluce y está comprando una escalera al cielo”.
En otro sitio, allí, donde el alquitrán y la sangre se funden espesamente, comenzó la protesta. Nos detuvieron clandestinamente por el miedo que el día a día cruelmente arrasaba como tsunamis demoledores sin control. Una arenga colectiva impulsó la marcha. El que iba a la cabeza escupía rabia, mientras desplegaba una tripulación de emociones vehementes, el resto, acompañábamos hambrientos de justicia enfundando al “Che” como estandarte.
Adelante, el cordón policial no dejaría avanzar a la columna. Enfrentarse al enemigo que devoraba los corazones de jovencitas y don nadies solitarios, fue irremediable.
El ansia, las gomas y los bastones culminaron con una estresante y salvaje sociedad urbana. El Negro en la huida golpeó a un efectivo policial que cumplía adicionales en un banco de La Cañada, por la confusión el R4 en que nos movilizábamos inesperadamente quedó varado cruzando la avenida Colón en medio de un transito caótico a esa hora de la mañana.
Bajamos del auto y corrimos hasta refugiarnos en la casa de una mujer. Durante horas debimos permanecer allí, ya que la policía realizaba rastrillaje permanente por toda la zona. Manteníamos en cautiverio a una anciana que vivía sola dentro de un departamento deteriorado y antiguo. La disfunción gástrica que padecía no me dejaba recapacitar. Parecía una mañana interminable.
La señora asustada intento explicarnos que no tenía nada de valor en la casa, el Negro con nerviosismo le advirtió que no queríamos robarle nada, si no escondernos hasta que la policía dejase de buscarnos. Aliviada la mujer nos ofreció un poco de agua y puso el long play “Río ancho” de Paco de Lucía, nos miró y pidió que le explicásemos porque nos perseguían.
El Negro, un militante pasional por los derechos humanos le contó cuál había sido el problema. Relató que manifestábamos por la democracia arrebatada a un país continental hermano y como el imperialismo del norte manejaba la política de nuestras naciones conflictivas, además también, nos manifestábamos por la persecución, discriminación y represión que ejercían las fuerzas del orden estatal contra las minorías en la ciudad.
Expuso los conflictos del orden social que generaba el capitalismo y el cambio social que producía, el individualismo, la lucha de clase, los desposeídos y la necesidad de una sociedad más justa. La geronte escuchó silenciosamente lo que el Negro expresaba, una vez que él finalizó, ella, comentó que a un vecino de nacionalidad paraguaya había recibido una paliza por parte de unos agentes del comando radioeléctrico. Un golpe fuerte se escuchó en la entrada del departamento justo cuando hablaba ella y Río ancho terminaba de sonar.
Tres guardias de infantería ingresaron con escopeta, escudo, perro y casco, ordenaron que nos tirásemos al suelo con las manos en la cabeza. Nos arrinconaron contra una esquina de la casa y nos emprendieron a punta de pie sobre nuestras cabezas, sangramos por boca y nariz al mismo tiempo que nos arrastraron por el suelo. Una vez afuera nos depositaron en un móvil policial hacia encausados, el dolor estomacal continuó en aumento. Repiqueteaba en la radio “Stairway to heaven” de Led Zeppeling y me vino a la cabeza la imagen de esa buena mujer. -ella sí compro una escalera al cielo. -pensé. Aunque, como siempre luego de la marcha. No conseguimos nada.

lunes, 5 de julio de 2010

Dios está en los detalles de año nuevo (Menos es más)

Viajábamos bajo un cielo de diciembre hacia la vendimia de Helmuth Lovano en Mayu Sumaj. Tu pelo moreno se enredaba en la guitarra de seis ó siete cuerdas mientras reclamabas un mordisco de criollitos secos y duros. Por los parlantes, el sonido de “Far Wes” de Wes Montgomery rodeaba todo el auto. Volvías la mirada elegantemente y ojeabas casualmente una revista con fotografías de Irving Penn, atrapados entre esas cuatro esquinas rigurosas en blanco y negro los modelos se impregnaba en tus retinas. Las luces laterales de la ruta se difuminaban por tu rostro como una fotocopia sobria y extasiada similar a un boceto de Ludwig Mies van der Rohe. Sin duda alguna en tu sonrisa se mostraba "less is more" y "god is in the details".
Miré el reloj, faltaban quince minutos para la medianoche y cruzábamos el peaje sin que nadie se percatase que una familia de Carcarañas había desaparecido en el kilómetro 32, a la altura de la cementera "Corcemar" en Malageño.
Por la autopista Justiniano Pose, las sierras desdibujaban las sombras nocturnas y asomaba el fresco aroma a peperina. Ella me contaba sobre el gringo Lovano, un empresario vitivinícola e enólogo de Dresden, que llegó al país luego de la segunda guerra y fue profesor de trompeta en la Escuela de música provincial de Córdoba; además, dictó clases en el Conservatorio de Arte Dramático. Se convirtió en un exportador de vinos gracias a una pequeña parra de uvas extraña que trajo consigo luego de escapar de Alemania del este. Afincándose en un rancho de Mayu Sumaj, trasplantó el racimo multiplicándolo por los cerros punillense en unos pocos años. Por lo menos, eso le dijo a Isabela cuando entró a trabajar para él.
Además, relató ella que en su primer día cuando se presentó, él le decía que estaba muy ocupado terminando de refinar el producto, a la vez que acariciaba su cabellera rubia engominada y en calzoncillos con una joven trigueña sentada en sus rodillas mientras sonaba desde su celular “in a silent way” de Miles Davis.
Isabela, entregaba los pedidos que yo le hacía a la bodega de Helmuth Lovano, eran buena cepa para acompañar un rico asado. Siempre que llegaba a la despensa hablábamos de lo hermoso que era la zona de Punilla y le comentaba que todos los años en familia íbamos a veranear uno quince días. Salimos un día antes de año nuevo para evitar la congestión en la autopista, y fue en Malageño donde nos interceptaron dos personas de negro que nos detuvieron y abordaron el Ford Focus gris a punta de pistola, uno de los dos estaba maniatado, el que tenía el arma lo sentó atrás y luego apuntándome a mi me ordeno que siguiéramos. Asustado arranqué, el intruso armado se saco el pasamontañas y descubrí que era Isabela. Se disculpó, pero era la única manera de poder sacar a Lovano sin ser detectados, me indicó con los ojos clavados a los míos como refugiándose en mi aceptación.
Me contó que era una cazanazis y trabajaba realmente para el Centro Wiesenthal de Jerusalén como incógnita para poder llegar al asistente de Aribert Heim, alias “doctor muerte”. Confirmó que Helmuth Lovano tenía el perfil ya que utilizaba inyecciones de benceno para desarrollar los racimos de uvas, proceso que multiplicaba la cepa, pero en los campos de exterminio nazi lo utilizaban en personas para arrancarles los órganos, operándolas sin anestesia hasta que explotase el corazón. Y, entre risas y ademanes conservaban los cráneos como los que él tenía en su casa de Mayu Sumaj.
Ya estábamos cerca de la entrada de Villa Carlos Paz, la policía junto al intendente ordenaban el tránsito desviando a los conductores hacia la banquina, esperaban que el primer turista cruzara las cero horas del treintiuno. Aterrizamos en medio de una marea humana a caballo con cincha y facón, promotoras enfundadas en calzas bien apretadas que remarcaban la fruta tan exquisita como los alfajores serranos que entregaban, copas de plástico con espumantes (Lovano) para la ocasión, y el notero del canal local capturando la postal de inicio en la temporada estival.
La frenada lijó las cubiertas contra el asfalto dejándola sin dibujo, Isabela nos obligó a bajar del auto con las manos arriba, nerviosa y arrepentida, tiró ansiosa la ganzúa taiwanesa que había comprado en la “Galería Norte”, según me dijo. Tres agentes se acercaron sorprendidos y observaron dentro del rodado, boquiabierto detectaron que en el interior llevábamos una pistola 9 milímetros Sig Sauer, 4 mil pesos, una buena cantidad de C4, a Helmuth Lovano y a mi familia secuestrada de Carcarañas.