jueves, 1 de noviembre de 2012

Bailando con la más fea en cancán. La vuelta en calecita

La mañana de miércoles había comenzado húmeda, cálida y pesada. Me levanté boleado de la cama y desecho en agua por haber dormido envuelto en una colcha de Llama. A mí lado Natalia refunfuñaba por haberla despertado.
––¡Dalé Negro!, no hagas tanto quilombo.
––¡Ya va, ya va! ––Rezongué refregándome los ojos y agregué ––Sos más pesada que milanesa de chanco.
––¡Cállate pedazo de bolas tristes! Y levántate que a vos nunca te importan los demás. ––dijo dándose vuelta en la cama.
––¡Ohh, bué! ¡ya empezamos otra vez…! ––dije mientras me rascaba la entrepierna.
––¡No, ya empezamos otra vez, no!, cuando vuelvas del trabajo vamos hablar seriamente. ––sentenció, pero esta vez mirándome a los ojos.
––¡Cagamos!, dijo Ramos ––contesté irónicamente.
––Ándate a la mierda, Negro boludo. ––me puteó y volvió a darme la espalda.
Con Natalia llevábamos juntos dos años, pero a causa del tibio compromiso de mí parte con el casamiento, ocasionaba en ella, un sentimiento de ansía y preocupación constante que se manifestaba en planteos y discusiones hirientes que rebotaban adentro de mi cabeza como una bolita de flipper, de aquí para allá, restándome puntos a mí estado de ánimo.
Por otro lado, también provocaba que no tuviéramos sexo, y sólo lo conseguíamos cuando nos imaginábamos que estábamos con otras personas ––o por lo menos yo me imaginaba eso––.
 Me levanté y seguía rascándome la entrepierna por la serosidad que fluía entre los pelos del muslo y el calzoncillo. Abrí la ventana para que el aire me secara el sudor que corría desde mi sien hasta los flotadores de mis caderas; pero no hubo resultados. Afuera no circulaba ni una pizca de viento, sólo el sol se erguía en el horizonte irradiando oxígeno evaporado y condensado.
Solté el postigo y me tambaleé hacia un costado mientras bostezaba. Los dedos de los pies estaban entumecidos y luego de abrirlos y cerrarlos unos segundos, me dirigí al baño. Al pasar por el lado de la cama, Natalia se cubrió entera con la colcha de Llama.
––¡Apúrate que quiero dormir un rato más! ––gritó bajo la cobija peluda.
No contesté y cerré la puerta. Luego de orinar, enjuagarme el cuerpo y gastar la bolilla del desodorante debajo del sobaco; me vestí observándome en el espejo, palpé el ambo y todo estaba en su lugar. Excepto los cigarrillos; volví a la habitación y sobre la mesita de luz reposaba el atado. Los guardé en el saco y salude a Natalia a la distancia ––no me contestó––, hice una súplica al cielo y me retiré cerrando la puerta. Ya en la calle, encendí un cigarrillo apurado y caminé con rumbo a la oficina.
Trabajaba como vendedor ––puerta a puerta–– y comercializábamos un nuevo producto femenino; las “Slim Pantihose”. Eran medias hasta la cintura ––estilo cancán–– para mujeres “rellenita” que aspiraban a lucir sus piernas más estilizadas o menos gruesas, y más largas ante la vista de los demás.
El producto no era malo, sin embargo en nada diferían con las medias que vendían los ambulantes en la peatonal, ya que el proveedor de ellos; era el mismo que el nuestro.
Llegué a la oficina y escuché la voz chillona y afinada del “Gorrión” que hablaba por teléfono.
––Sí, es necesario respaldar las medias con algún otro artículo. ––contestaba mientras jugaba con el cable del aparato.
Él era el supervisor de ventas, un hombre de extremidades cortas y complexión pequeña, con un rostro chato y de tez café donde sobresalían sus labios rechonchos, ajados y oscuros que de perfil se asemejaban a unos machucones inflamados.
Entré y saludé a Susana con un beso en la mejilla.
––Llegas tarde, Negro.
––Disculpa Su, tuve un bardito con Naty… ––contesté tras un bostezo enérgico que ensanchaba mi boca.
––¡Ahhh, Negro! Sos un perejil, no entiendo como no te das cuenta la mina de fierro que tenes ––me dijo bamboleando la cabeza de un lado al otro.
Susana se desempeñaba como secretaria del “Gorrión” y se encargaba de armar la mercadería.
––Ya sé Su, pero así son las cosas, que le vamos hacer. ––le contesté y desviando la conversación le pregunté:
––¡Che! ¿Ya están preparadas las “Slim Pantihose”?
––Sí, están envueltas con sus respectivos complementos; las “Slim Kneehighs” (medias a la rodilla) y las “Slim Stockings” (medias a media pierna). ––me mostró señalando el armario del depósito.
––Ofrece los tres productos al precio de uno ¿entendés? ––me indicó con el seño fruncido y mirándome directo a los ojos.
Asentí con la cabeza mientras me tapaba con la mano un nuevo bostezo. Esto exasperó a Susana.
––¡Bué!, ahora anda al armario y fíjate en la planilla de entrada cuánto stock te toca hoy. Cárgalo y volvé; así te doy la ruta y los viáticos, rápido ¡despertá, nene! ––me ordenó ya con un tono más grave.
Llené el bolso con cincuenta pares, firmé la planilla y volví al escritorio de Susana. Sobre la mesa estaban los viáticos y la ruta marcada con un círculo rojo.
––¿Tengo que hacer “La vuelta en calesita”? –le pregunté sonriendo.
––¡Sí!, aunque no te guste, vas hacer la vuelta en calesita. –Me contestó y agregó ––Más vale que vendas algo o este mes no cobras.
Resoplé levantando la vista al cielo raso y pegué un giro de ciento ochenta grados para salí de la oficina con rumbo a la parada del colectivo.
“La vuelta en calesita”, era un método organizado de ventas que consistía en golpear la puerta de la primera casa en una esquina y luego seguir en otra hasta rodear la manzana, una vez finalizada, se cruzaba a la vereda opuesta y se realizaba el mismo procedimiento hasta completar el barrio.
Tomé el ómnibus y me senté pensando cómo aborrecía esa metodología, porque estaba seguro de que alertaba a los habitantes de las casas contiguas a las que yo visitaba. Entendía que a nadie le gustaba tener a un vendedor de productos importados de China, Taiwán o Brasil parado sobre el jardín de su casa, y para colmo ofreciendo un artículo que no se necesitaba y mucho menos deseaba. Concluía que los vendedores ––puerta a puerta–– éramos tan detestables como los Testigo de Jehová o los carteros que entregaban impuestos atrasados.
Bajé en barrio Granja de Funes. Ya para esa hora el sol envuelto en llamas, no daba tregua. Solté el pasamano del colectivo y sentí una ebullición que subía poco a poco por todo mi cuerpo a punto de explotar a través de mis poros. No sé porqué, pero recordé el viejo Lada Niva 2121 de mi padre cuando transitaba por las salinas del norte cordobés en enero. El calor húmedo hacía que la manguera del radiador se pinchara cada vez que ponía la cuarta marcha dejándonos varados a un costado del camino. Había que esperar que menguara el calor, bajará la humedad y se enfriara el motor para poder parcharlo y continuar el viaje.
Un empellón por la espalda me hizo volver en  mí.
––Disculpa, chabón ––dijo una voz temblorosa y apenas auditiva.
Giré la cabeza y dos jóvenes con jogginetas y gorras apuraban el paso. Me sequé la pera con el antebrazo y los observé yéndose. Palpé con las dos manos el saco y el pantalón, y todo estaba en su lugar. Entonces saqué el celular y llamé a Natalia; pero ella no contestó.
Contemplé la avenida Núñez y me entusiasmé con la cantidad de gente caminando por los comercios; con los autos de alta gama transitando sobre la calle y con el cuchicheo de las empleadas domesticas al baldear las veredas. Divisé la esquina de la avenida con calle Lo Celso y caminé hacia la primera casa. Era un dúplex de dos pisos color gris neutro que contrastaba con el blanco de las ventanas, tenía una estructura de líneas rectas y simétricas, ––muy sobrias y elegantes–– me dije. Además, estaba flanqueada por un portón con rejas al tono y un portero eléctrico. Por el cual llamé.
––¡Ejem, ejem! ¿Quién es? ––preguntó una voz gruesa que carraspeaba del otro lado.
––¡Buen día, jefe! disculpé que lo moleste pero seguramente no va querer perderse esta oportunidad, de quedar bien con su mujer o hijas…
Y antes de terminar el speech, la voz gruesa carraspeando más seguido; me interrumpió:
––¡Ejem, ejem! ¡No, no!, muchas gracias, ¡ejem, ejem! no tengo tiempo, estoy ocupado ¡ejem, ejem!.
Me la jugué y le insistí nuevamente:
––¡Perdone usted!, son la “Slim Pantihose”, un producto único para enaltecer la belleza femenina y además viene con “Slim Kneehighs” y las “Slim Stockings”...
Nuevamente me interrumpió la voz gruesa solicitándome que me retire, pero esta vez sin carraspear:
––¡Ya le dije que no! por favor váyase y no insita más.
––Pero señor, no deje pasar esta ganga.
––¡Tu, tu, tu, tuuuu! ––escuché que colgó del otro lado.
––¡La puta! ––dije y vi que el portón del garaje se abría hasta la mitad. Como un remolino ciego el rottweiler negro avanzó hasta chocar su hocico contra las rejas. Sus más de cincuenta kilos de masa corporal empujaban el enrejado gris haciéndola tambalear.
––¡Grrrr, grrr! ¡guauu, guauu! ––gruñía y ladraba escandalosamente, despertando el aullido de los demás perros en la cuadra.
Me retiré unos pasos atrás y con la mano derecha saqué del bolsillo del ambo, el atado de Derby suave. Lo acarreé hacia mí boca y soplé por la abertura del paquete para separar los puchos; di vuelta la etiqueta y contra el dedo índice lo impacté hasta que se asomó el filtro blanco. Desenvainado ya, lo tomé entre mis labios y encendí el cigarrillo. Me acomodé la tira del bolso en el hombro izquierdo y continué hasta la casa del lado.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La chica de los espejados lentes negros


Como cada mañana ella se encuentra detenida ante la luz roja del semáforo sobre el carril del frente en avenida Colón y Rodríguez Peña. Su rostro inmóvil mira permanentemente hacia adelante con sus dos manos aferradas al volante. Llama la atención sus labios bañados en rouge colorado brillante que resaltan y contrastan con el chasis blanco del Daihatsu Maxcuore. 
De vez en cuando su menuda nariz hace una mueca irreverente similar a un “tic” o a un gesto ingrato, sin embargo nunca puedo asegurarlo, ya que no se advierten sus facciones tras los espejados lentes negros que cubren, a partir de su respingada nariz para arriba, tres cuartas parte de su cara. 
Casi son las 8 y el ómnibus rebalsa de laburantes, estudiantes y jubilados que cada uno de ellos despachan un tufillo a sobacos limpios y alientos frescos. Vuelvo la mirada a ella y noto que flanquea el pescuezo hacia la ventanilla del colectivo, me impresiona como los espejados lentes negros se clavan directamente a mis ojos. En ese momento se me ocurre imaginar que es el primer contacto que hacemos en día, semanas, meses o quizás años de transitar por la misma avenido a la misma hora. 
Fantaseo entonces que ella se acuesta desnuda en la cama con su piel erizada y sudorosa tras sentarse sobre mí a horcajadas. Las yemas de mis dedos recorren su silueta a medida que nuestros cuerpos fundidos se reflejan en el espejo, desformándolos. 
Sin embargo antes de despojarla de todo suéter, jean o blusa de algodón que tuviese, me figuro hablándole en un tono bajo, sonriendo lo necesario para que se sienta cómoda y confiada. Sirviéndole un exquisito licor añejo que no rasgue la garganta, sino que le remueve el paladar y la estimule paulatinamente con un fervor ansioso.
Colocaría en el tocadiscos un repertorio de swing, jazz y ritman blues característicos de las orquestas típicas de los años ‘40, ’50 ó ’60 para incitar sus caderas. Y luego la invitaría a leer un libro de la serie “Elige tu propia aventura”, así pues, ambos tomaríamos la decisión sobre la forma de actuar de los personajes y modificar el transcurrir de nuestra historia.
Entonces ella estaría lista para dirigirnos a la habitación y desatar un juego tórrido donde nos desvestiríamos sobre la cama y yo bajaría mi boca desde sus pequeños pechos firmes hasta su entrepierna deliciosa mientras la escucho bramar de placer.
No obstante, la explosión de un pistón y el zamarreo en mi hombro de la mano peluda del inspector para pedirme el boleto, disipan el espectro sexual que aprisionan mis pensamientos, observo afuera por la ventanilla y descubro que el Daihatsu Maxcuore avanza entre la marea de metal perdiéndose entre las olas de esmog que irradian los caños de escapes. 
––¡La puta! ––digo ––tengo que disimular asombro y cortesía antes el impulso adrede del inspector que tilda con su bolígrafo azul el boleto. Boleto que me enumera como un pasajero más que engorda las arcas del corredor y que figurará, seguramente, como insuficientes para las actas de la empresa, de esta manera podrán pedir aumento en el ticket la próxima vez que viaje.

lunes, 10 de septiembre de 2012

El guardián


En el pasillo del hospedaje ella muestra su desnudez en un oscuro silencio, el pequeño corredor magnifica el eco de sus pasos mientras avanza limpiándose los mocos con el puño del pullover. Por aquí las mañanas no son dulces y las voces de los niños no trasmiten ternura. Se observa mucha compota en los rostros de las muchachas que día y noche despotrican contra los mal nacidos lujuriosos.
Entre tanto un centenar de murmullos se alzan por todas las habitaciones sin alcanzar a percibirse de que se habla, sólo se escuchan ceceos que deambulan tras las paredes. Paredes raídas de humedad que asemejan a un pozo ciego que rebalsa cada dos por tres y que deshace en agua el sudor propio al intentar mantener la respiración por el tufillo a pellejos rancios contra los muros.
¡Oh, sí!, por aquí las mañanas no son dulces, el sol apura su paso al traspasar el techo del hostal, él quiere que su sombra envuelva el retumbar marchoso de los bastón largos que moran día de por medio en la zona. Así, sólo hay que espera un poco más para que las marcas de las macanas desaparezcan y el olor a sangre reseca flote por los cuarto, y poco a poco se filtre por debajo de las puertas e invada a toda la cuadra.
No obstante, el sol no sabe eso y debajo de su sombra se toman sorbitos de vino con cola en vasos de plásticos mientras los machos expertos gastan dinero con la intención de que las muchachas cedan y puedan acoplarse sin ser invitados. Una vez cabalgando pierden la sensibilidad, la timidez e intentan retirarse rápidamente con brusquedad y con una gran apatía ante los órganos genitales de ellas.
Braman y gozan perdiendo su libertad, ya lo diría Lacan –– "El goce, en tanto que sexual, es fálico, es decir, que no remite al otro como tal".
Es oscuro, extraño e inquietante como las sombras subiéndose los cierres de los pantalones transitan por los pasillos. La chica del corredor con pullover comenta que le gustaría viajar a Taiwán, ––¿Por qué? ––pregunto a la vez que exhalo el humo del cigarrillo con parsimonia. Ella me mira y contesta que Taiwán es el país de los LCD.
––¿LCD? ––le pregunto, ––Sí ––asegura con un tono de voz más firme y agrega que el LCD tiene una luz entusiasta y excitante que hace cabriolear en los ojos de uno, la vida de otros y lo llena de colores. Así pues, quiere estar en Taiwán con un LCD.
La chica primeriza enjuaga las lágrimas otra vez en el puño del pullover al mismo tiempo que esquiva a las jóvenes prepúberes ávidos de sexo, sonriéndome ingresa a la habitación de enfrente y noto tras cerrarse la puerta que sus ojos brillan como el gradiente del LCD.
No puedo explicarme que hago aquí, sólo sé que desempeño perfectamente mi papel y al primer salvaje que despotrica contra las muchachas, les muelo los huesos.