viernes, 10 de noviembre de 2017

El efecto mariposa

Perdonarnos y dejarnos ir nos llenó de paz y calma. Aquellos años en donde sentíamos que adentro de nuestros cuerpos se expandía un mariposario multicolor que revolotearía infinitamente haciéndonos reír, desear y gozar se habían perdidos en la lejanía del recuerdo. El tiempo, la rutina, las decisiones mal tomadas y los silencios incómodos entre nosotros desgastaron hasta la última mariposa. Hoy desperté despegando el parietal derecho de la almohada con una sonrisa agridulce y un cosquilleo disperso en mis entrañas. Volteé  y observé a Marisa sentada sobre la cama mirándome fijo. Sus parpados intentaban contraerse y sus ojos color canela se deslucían entre un naufragio de lágrimas que a pesar de intentar contenerlas se filtraban a cuentagotas por el rabillo iniciando un surco húmedo que atravesaba su mejilla hasta desembocar en el mentón.
Ella me sonrío tibiamente, me besó y se levantó de la cama sin decirme nada. Sin embargo ese beso fue concluyente, la rigidez de los labios y el impacto seco sobre mí frente hizo sentirme como un niño que distingue el aura de los demás, cuyo colores son evidente ante cualquier emoción y los de Marisa sin duda alguna eran opacos y deslucidos.
Ya no contenían ese brillo encatador. Me levanté y fui a la cocina, ella jugueteaba con la taza de café mientras fumaba un cigarrillo.
-No soy feliz. -dijo tajante.
No me sorprendió, esperé unos segundos creando un silencio tenso que enrarecía el ambiente de la cocina tanto como el humo del cigarrillo y luego dije:
-Bueno, no siempre se puede estar feliz, sólo hay momentos agradables y regocijantes en la vidas.
Marisa intentó esbozar una sonrisa e inmediatamente hizo una calada honda al cigarrillo y sin exhalar el humo con la voz entrecortada dijo:
-Eso me tranquiliza.
-¿Qué cosa?-pregunté.
-Estar atestada con la vida y aspirar a más que a sobrevivir.
Esperé nuevamente unos segundos y un sinfín de sentimientos me recorría el cuerpo y no tenía nada qué decir. Supe entonces que había seleccionado mal las palabras y que ya no sería maravilloso estar a su lado, como tampoco haría falta atesorar vivencias pasadas, ni mucho menos proyectar un futuro. Aunque en realidad, hacía ya muchos año que habían dejado de aletear las mariposas.

jueves, 9 de noviembre de 2017

It girls

Gran parte del día siempre estaba solitario y quisquilloso. En cambio, por la noche dejaba de ser un cascarrabias mientras trabajaba en las fotografías que capturaba con mi cámara. La esencia y el espíritu rebelde de esas imágenes me trasladaban a un territorio caliente, en donde se hallaba la memoria más primitiva.
No era fotógrafo profesional, pero conjugaba formas tradicionales con nuevas expresiones o algo así me decía la Negra Valdivia.
Ella vivía en frente de casa dentro de un garaje húmedo de sudor y de sonidos punk rock; pero llenos de deseos y sensaciones que liberaban el prejuicio. Ya que se juntaban todos los viernes a la noche, un grupito de “It girls” que se paseaban vestidas con unas culotes con motivos divertidos y remeras ajustadas que les marcaban sus nalgas pomposas.
Verlas a las chicas me hacía pensar que la cultura no es atributo exclusivo de la burguesía “cool” si no por el contrario, el de las masas sudorosas rezando por un poco de “fiesta, fiesta”.
Las chicas llegaban en patinetas o bicicletas y se agolpaban dentro del garaje escuchando música de The Clash o Sex Pixtols. Ellas bailaban y gritaban mientras los culotes blancos “pogeaban” entre sí.
Yo las fotografiaba con mi Kodak Instamatic, la transparencia del visor ocular es una invitación a mirarlas, a retratarlas, a convertirme en un voyerista.
Mi pija aprieta los pantalones y me inclino para quitármelos. Una de las chicas lame las piernas de la negra avanzando hacia arriba hasta llegar a su vagina; la cámara no deja de capturar imágenes de como la negra destila jugos empapándose su culote. La “It girls” arrodillada le quita la prenda y empieza a comerle la vagina y luego deslizándose suavemente para abajo llega a la raja del esfínter y lengüetea más fuerte con la punta.
El disparador de la cámara se traba, necesito una cerveza y el abrazo de alguien de mi mismo género.