Recorrí de sur a sur durante nueve semanas las polvorientas calles del departamento "General Roca", untándome constantemente repelente en crema para que los moscardones no merodeen la sudorosa piel despelechada y tajada por el sol.
Fue en el trayecto de Jovita a Laboulaye donde todo ocurrió. Dos personas murieron calcinadas bajo la mirada inquisidora del astro infernal, dio un vuelco, impactó contra un árbol y luego se incendió, sin túneles y alcantarillas el automóvil se ladeó.
-¡Nueve semanas! –creo, ya que me desperté arqueado arriba de una roca, o más bien, sobre una brasa encendida que adobaba mi cuerpo.
-¡No recuerdo! -. Busco sombra mientras desempolvo los pasos de derecha a izquierda.
-¡Pero nada! –las piernas no responden, pellizco mi nalga derecha y no siento nada, intento nuevamente hasta que un calambre las hace reaccionar.
-¡Arriba de pie!, carajo. –ahora sí, observo de sur a sur, el cuello no rota de este a oeste. El guadal me entierra, rezongos de mulitas y zorrinos al rededor se escuchan. –¡Tal vez por el olor al repelente que se diluye en mi piel!.- reflexiono.
Un poco de impresión surge en mi interior, los animales ahora mordisquean mis extremidades y no puedo hacer nada, nueve semanas y no he hecho un paso; nueve semanas que estoy muerto; nueve semanas que nadie sabe dónde estoy!.
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