viernes, 1 de octubre de 2010

Steven no tiene un bolso negro en su placard, pero mi mujer sí

La cámara lo enfocaba de frente, Steven montado en su camioneta “Cadillac Escalade ESV” junto a su equipo de élite policial, monologaba con una escopeta en la mano y sin enfocar su mirar a la lente de la cámara. Desde otro ángulo, una segunda cámara divisaba a dos muchachos de color caminando por las calles de Louisiana, y éstos al ser interceptado por el "gordo" Seagal y su grupete de gorilas arrojaban un papel al suelo.
El fundido de la imagen en negro dio inicio a la tanda publicitaria, me levanté de un envión de la cama y asenté los pies sobre el suelo, tomé de la mesita de luz el atado y encendí un cigarrillo ha espera de que comenzara el episodio siete de Steven Seagal Lawman por la televisión.
Estando sentado en el borde de la cama con el cigarrillo en mis labios, miré el bolso negro que se encontraba guardado en un rincón del placard, ella no me decía nada y yo notaba su mirada profunda e intranquila sobre mi nuca. Por el silencio y la rigidez que percibía detrás de mí, me daba cuenta que ella pensaba que armaría un escándalo si no veía lo que había dentro del bolso.
Sonreía ante la situación y recordaba, mientras el fulgor del televisor impactaba sobre el parietal derecho de mi cara, que la segunda vez que la vi a ella llevando el bolso negro de las manijas rellenadas de goma espuma, con la insignia de General Paz Juniors, fue cuando nos mudamos al departamento de bulevar Illia en el barrio de Nueva Córdoba. Pero la primera vez, fue cuando la conocí en el camping municipal de Mina Clavero un día de enero donde acampábamos en una carpa iglú con dos amigos, y ella junto a su familia aparcaban el motorhome al lado nuestro.
Había sido raro el encuentro, tuve que tocar la puerta de la caravana andante para pedir un poco de yerba mate, y cuando me abrieron observé que ella estaba transpirando y jadeando un poco, sus padres al parecer no se encontraban y ella parada al frente mío con el bolso negro en la mano derecha y la mano izquierda en el picaporte, me deslumbró, la miré de arriba abajo, tenía un pantalón corto rojo con el botón desprendido y la parte de arriba de la bikini color piel. Al subir la mirada hasta sus ojos, se me cayó el cigarrillo de la boca quemándome el dedo gordo del pié por contemplar tanta hermosura. Le pedí yerba, la invité a tomar un amargo y también, que se quedara la vida eterna a mí lado. Ella aceptó aferrándose a su bolso negro y luego de diez meses de romance decidimos vivir juntos.
Así, comenzaba la época del 8 “C” en Illia, un monoambiente de mierda que medía cuatro metros de largo por cuatro metro de ancho, además, la única ventana que conservaba el piso daba a una pared de concreto gris de un edificio colindante al nuestro. El paisaje del “orto” que amanecía todos los días al correr las cortinas, hizo que ubicáramos la cama debajo de la ventana para no mirar la pared gris de concreto al despertarnos. Entonces, decidimos cambiar el muro de las mañanas por la cocina grasienta y diminuta que se limpiaba solamente gracias a las lluvias torrenciales que se filtraban por la campana del extractor.
Pasaron dos años y no mudamos nuevamente, hasta ese momento nunca me había percatado que debajo de la cama, Marcela dejaba el bolso negro entre sus pantuflas y las cenizas amontonadas de los cigarrillos fumados por mí.
Alquilamos esta vez un departamento de dos ambiente en la calle 25 de Mayo de barrio General Paz, a unas pocas cuadras donde vivían los padres de Marcela. Desde la ventana las copas de los árboles eran verdes y no grises, los pájaros volaban atravesando el firmamento del cielo celeste y sus cagadas no se resbalaban por una pared de concreto gris y húmeda, sino que ahora se imprimían en las baldosas del balcón de casi un metro cuadrado adosada a la ventana.
Hago un pitada extensa dándole la espalda a ella y le digo –Sé qué seguramente me lo dijiste un montos de veces– exhalo el humo un momento y pregunto –¿pero realmente es importante lo que hay dentro?
Sin dejar de darle la espalda escucho que ella me contesta –¡Para mí sí! y vos sabes bien por qué– y agrega –te he contado un montón de veces que no aguanto las ganas d...
–Shhhh…! –atino a callarla con el dedo índice en la boca antes de que terminase la frase.
Seagal baja de la camioneta “Cadillac Escalade ESV” y detiene a los dos muchachos de color, los coloca contra el paredón de la cuadra y los interroga sobre el papel que acaban de tirar. Dos jóvenes oscuros en los “state” detenidos; como si fueran dos guachos caminando por las veredas de barrio Oña y porque no, como dos orientales que pataconéan por la acera de Seúl o dos turcos deslizándose por las callejuelas de Estambul. En fin, los formatos “realitys” de poli son todos iguales, pienso.
Marcela se levanta de la cama y distingo que su silueta cruza entre el televisor y mi cuerpo flácido sin dureza alguna que se amalgamaba al colchón “Piero” de una plaza y medio. Dirigiéndose hacia el placar, escucho que saca algo y se mete rápido al baño.
Mientras tanto, los morochos intentaban explicar que no estaban haciendo nada malo y que sólo caminaban por el barrio; el “Lawman” dudando se desplazaba como media cuadra hacia el lugar en donde uno de los pibes habría tirado el papel.
La vibración y los gemidos que salían del baño me extrañaron, giré la cabeza en dirección al placard y divisé que en el rincón no se encontraba el bolso negro con la insignia de General Paz Juniors. Vuelvo la vista al televisor y veo que Steven levanta un papel de “Chiclets Adams” y putea por haberse equivocado con los jóvenes afroamericanos, él se disculpa y justifica su error haciendo un chiste a cámara donde sostiene que su vista lo traicionó porque no tuvo sexo la noche anterior con su secretaria, y riendo sube al “Cadillac Escalade ESV”.
La vibración y los gemidos se detienen y Marcela sale del baño traspirando y jadeando, no distingo el bolso en sus manos, pero supongo que lo dejó arriba del bidet para que yo lo viera cuando vaya a mear y así, al abrirlo y observar el contenido del bolso negro, me hiciese sentir culpable y menos hombre por no tenerlo a pila.

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