lunes, 10 de septiembre de 2012

El guardián


En el pasillo del hospedaje ella muestra su desnudez en un oscuro silencio, el pequeño corredor magnifica el eco de sus pasos mientras avanza limpiándose los mocos con el puño del pullover. Por aquí las mañanas no son dulces y las voces de los niños no trasmiten ternura. Se observa mucha compota en los rostros de las muchachas que día y noche despotrican contra los mal nacidos lujuriosos.
Entre tanto un centenar de murmullos se alzan por todas las habitaciones sin alcanzar a percibirse de que se habla, sólo se escuchan ceceos que deambulan tras las paredes. Paredes raídas de humedad que asemejan a un pozo ciego que rebalsa cada dos por tres y que deshace en agua el sudor propio al intentar mantener la respiración por el tufillo a pellejos rancios contra los muros.
¡Oh, sí!, por aquí las mañanas no son dulces, el sol apura su paso al traspasar el techo del hostal, él quiere que su sombra envuelva el retumbar marchoso de los bastón largos que moran día de por medio en la zona. Así, sólo hay que espera un poco más para que las marcas de las macanas desaparezcan y el olor a sangre reseca flote por los cuarto, y poco a poco se filtre por debajo de las puertas e invada a toda la cuadra.
No obstante, el sol no sabe eso y debajo de su sombra se toman sorbitos de vino con cola en vasos de plásticos mientras los machos expertos gastan dinero con la intención de que las muchachas cedan y puedan acoplarse sin ser invitados. Una vez cabalgando pierden la sensibilidad, la timidez e intentan retirarse rápidamente con brusquedad y con una gran apatía ante los órganos genitales de ellas.
Braman y gozan perdiendo su libertad, ya lo diría Lacan –– "El goce, en tanto que sexual, es fálico, es decir, que no remite al otro como tal".
Es oscuro, extraño e inquietante como las sombras subiéndose los cierres de los pantalones transitan por los pasillos. La chica del corredor con pullover comenta que le gustaría viajar a Taiwán, ––¿Por qué? ––pregunto a la vez que exhalo el humo del cigarrillo con parsimonia. Ella me mira y contesta que Taiwán es el país de los LCD.
––¿LCD? ––le pregunto, ––Sí ––asegura con un tono de voz más firme y agrega que el LCD tiene una luz entusiasta y excitante que hace cabriolear en los ojos de uno, la vida de otros y lo llena de colores. Así pues, quiere estar en Taiwán con un LCD.
La chica primeriza enjuaga las lágrimas otra vez en el puño del pullover al mismo tiempo que esquiva a las jóvenes prepúberes ávidos de sexo, sonriéndome ingresa a la habitación de enfrente y noto tras cerrarse la puerta que sus ojos brillan como el gradiente del LCD.
No puedo explicarme que hago aquí, sólo sé que desempeño perfectamente mi papel y al primer salvaje que despotrica contra las muchachas, les muelo los huesos.

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