miércoles, 17 de octubre de 2012

La chica de los espejados lentes negros


Como cada mañana ella se encuentra detenida ante la luz roja del semáforo sobre el carril del frente en avenida Colón y Rodríguez Peña. Su rostro inmóvil mira permanentemente hacia adelante con sus dos manos aferradas al volante. Llama la atención sus labios bañados en rouge colorado brillante que resaltan y contrastan con el chasis blanco del Daihatsu Maxcuore. 
De vez en cuando su menuda nariz hace una mueca irreverente similar a un “tic” o a un gesto ingrato, sin embargo nunca puedo asegurarlo, ya que no se advierten sus facciones tras los espejados lentes negros que cubren, a partir de su respingada nariz para arriba, tres cuartas parte de su cara. 
Casi son las 8 y el ómnibus rebalsa de laburantes, estudiantes y jubilados que cada uno de ellos despachan un tufillo a sobacos limpios y alientos frescos. Vuelvo la mirada a ella y noto que flanquea el pescuezo hacia la ventanilla del colectivo, me impresiona como los espejados lentes negros se clavan directamente a mis ojos. En ese momento se me ocurre imaginar que es el primer contacto que hacemos en día, semanas, meses o quizás años de transitar por la misma avenido a la misma hora. 
Fantaseo entonces que ella se acuesta desnuda en la cama con su piel erizada y sudorosa tras sentarse sobre mí a horcajadas. Las yemas de mis dedos recorren su silueta a medida que nuestros cuerpos fundidos se reflejan en el espejo, desformándolos. 
Sin embargo antes de despojarla de todo suéter, jean o blusa de algodón que tuviese, me figuro hablándole en un tono bajo, sonriendo lo necesario para que se sienta cómoda y confiada. Sirviéndole un exquisito licor añejo que no rasgue la garganta, sino que le remueve el paladar y la estimule paulatinamente con un fervor ansioso.
Colocaría en el tocadiscos un repertorio de swing, jazz y ritman blues característicos de las orquestas típicas de los años ‘40, ’50 ó ’60 para incitar sus caderas. Y luego la invitaría a leer un libro de la serie “Elige tu propia aventura”, así pues, ambos tomaríamos la decisión sobre la forma de actuar de los personajes y modificar el transcurrir de nuestra historia.
Entonces ella estaría lista para dirigirnos a la habitación y desatar un juego tórrido donde nos desvestiríamos sobre la cama y yo bajaría mi boca desde sus pequeños pechos firmes hasta su entrepierna deliciosa mientras la escucho bramar de placer.
No obstante, la explosión de un pistón y el zamarreo en mi hombro de la mano peluda del inspector para pedirme el boleto, disipan el espectro sexual que aprisionan mis pensamientos, observo afuera por la ventanilla y descubro que el Daihatsu Maxcuore avanza entre la marea de metal perdiéndose entre las olas de esmog que irradian los caños de escapes. 
––¡La puta! ––digo ––tengo que disimular asombro y cortesía antes el impulso adrede del inspector que tilda con su bolígrafo azul el boleto. Boleto que me enumera como un pasajero más que engorda las arcas del corredor y que figurará, seguramente, como insuficientes para las actas de la empresa, de esta manera podrán pedir aumento en el ticket la próxima vez que viaje.

No hay comentarios: