Te sentías bien, aunque eran las once de la noche y el final
del día se acerca. Te recostaste sobre la alfombra del living rodeada de los almohadones
abotonados y con borlas flecadas. Hoy en el trabajo te tuvieron de aquí para
allá haciendo esto y lo otro y las pantorrillas no te dan más. Esbozas una
sonrisa mientras las masajeas lentamente, tu cuerpo se va relajando y el
titilar del velador provoca que tus ojos se cierren. Recordas que cuando eras
niña mirabas al cielo imaginándote lo que serías de grande; planeabas ese
recorrido hasta la vejez junto al príncipe azul viviendo en un chalet rodeado
de árboles silvestre.
Ahora abrís los ojos y esa niña tiene que improvisar para
vivir el día a día acompañada de un plebeyo en un monoambiente de concreto macizo.
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