martes, 10 de enero de 2017

II

Trato de acercarme y ella sacude el brazo con el puño apretado, oigo sus pulseras tintinear. ¡Quiero que me vea! sus palabras son como besos que  robo en secreto y guardo en silencio sin compartirlos con nadie.
Ya es mediodía, las calles comienzan a inundarse de gente y ella sigue clamando con pasión y resiste a cualquier mirada. Su hombro se flexiona y sus nudillos se tensan nuevamente, con su verborragia arremeta con vehemencia. Grita pero con calma, se desviste en metáforas pero no se desnuda con palabras soeces. Su discurso contiene un alto calado emotivo.
Ella trata de explicarles a un grupo de jóvenes con aires parisinos porque anda en bicicleta o reza junto a sus perros sin asistir a misa. ¡Raro! pensarían los jóvenes y uno se da cuenta por la mirada altanera que le lanzan constantemente.
Pero así es ella, tiene una desnudez en el lenguaje imposible de revelar. Dice ser una chica que vive sola en una casa alejada pero acompañada con amor gracias a su luz.
Lástima, sé que soy mayor que ella, tengo la piel arrugada y mi cuerpo ya no es capaz de producir emociones, pero ¡quiero que me vea! así consigo un segundo de aceptación y sienta que aún puedo expeler un vaho joviales.

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