lunes, 2 de agosto de 2010

Hubiera querido saberlo antes (El tártaro)

Carola tenía 18 años y preparaba los cuerpos fallecidos que viajaban al Hades, ó por lo menos así lo pensaba. Sabía del silencio y del sueño metódico que rendía frutos en los brazos tiernos de los difuntos. La creatividad para ella, era una mirada, un frenesí de baboseos, una inquietud sin tiempo en el lugar mas profundo de todos. El tártaro.
La farsa glamorosa y melancólica que pesaba en el idealismo irónico y corrupto paterno, le denostaba asco. Ella, conocía la capacidad universal del alma, y también la vehemencia de la condición humana. Estoicamente, Carola, fue hasta el Olimpo en un día lluvioso, tardó algunos meses regresar a su casa y cobrar ahínco. Sus lágrimas se volvieron bronce y detuvieron el tiempo.
El patriarca, sin cambio alguno, se asemejaba a aquellos perros de la calle que han perdido el rastro y el sentido de guardián, convirtiéndose en un rabioso depredador de nenas que ostentan el perfume cándido, inocente y virginal. Así, limpiándose los mocos con el puño del pullover, Carola recordó que él mientras le hablaba, siempre la miraba con lujuria y le susurraba amenazas al oído, obligándola a satisfacer los instintos más macabros y desagradables.
Día y noche despotricaba contra el cielo por tanta misericordia permitida. Entre una de tantas pesadillas absurdas que atormentaba su ser, vislumbró la gota que colmo el vaso. Ella, se había enterado que su progenitor arriaba ovejas de jardín en jardín con su transporte escolar, sin que el periódico sobre la mesa y la televisión, lo denunciara.
La odisea cobró sentido diciéndose:
-Hubiera querido saberlo ante; sí lo hubiera visto, olido, palpado ó asimilado. Seguramente afuera no crecería un mundo pleno de perversión.
-Mi padre es una personalidad malvada y cruel. –se dijo con seguridad.
Tras ese pensar, fue hasta la cocina donde estaba él. Tomó una sábana del lavarropa y amarrándolo con un nudo en la garganta, le clavó el escalpelo en la nuca. El cuerpo se desplomó lentamente hasta quedar tendido sobre los mosaicos en nock out. Carola se refregó las manos en el pullover una vez, volvía a agarrar el escalpelo y con fuerza lo desclavó de la cabeza sufrida.
Quizás, por el interés en la mitología del señor de los infiernos, el cielo se le hizo visible en sus ojos, y con melodías de deseo preparó el brazo paterno mientras fileteaba la dermis muerto y exhumado.

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