viernes, 30 de julio de 2010

El depto.

Era sencillo, entrábamos, apostábamos y nos íbamos con un colchón de plata del tugurio del “Corcho” López. Messi, iba hacer el jugador del mundial. Sus goles, similar a los que hacía en el Barcelona, nos daría el oro. Pero una estaca en el semblante azul marino que nos propinó Alemania, cambió todo.
Tras el fracaso del mundial de Sudáfrica, Mirna y yo buscábamos un departamento para irnos a vivir juntos. Sí hubiese estado solo, sin duda alguna, caminaría con mis botas camperas de piel de iguana por las grandes inmobiliarias, riendo y hablando, mientras tomo café al paso. Pero junto a ella, el traqueteo se hace muy largo y hay que ir lento; observando cada habitación, cada piso, cada edificio.
Sin perder el tiempo, fuimos a la inmobiliaria Martínez. Me lo había recomendado Carlos, uno de los muchachos que jugaba con nosotros a las cartas en el café Victoria los jueves a la noche. Carlos, era sobrino de Martínez y como un favor acepté la recomendación de ir a verlo, ya que jugábamos hasta el final.
Las oficinas estaban en el 1º piso de la Galería Norte por Rivera Indarte. No me daba mucha confianza, por la ubicación, la gran mayoría de la gente sabe lo que mueve la Norte. Sin embargo, Carlos me comentó que Martínez tenía buenos muebles y baratos.
Como quería finiquitar rápido el asunto, al ingresar hablamos con un empleado para que nos muestren los departamentos. Mirna, no estaba de acuerdo con mi premura, porque quería chequear los pisos y las zonas. Además, la plata era de ella, ya que yo estaba quebrado, me entregó los billetes para hacer la transacción con la condición de que encontrásemos el mejor.
Cargué los 55 mil dólares en un sobre de papel color madera contra mi pecho, atándola con cinta aisladora sobre la camiseta de Belgrano, justo debajo de la tetilla. Pensé que era el lugar más seguro de todos, junto a mi corazón y el escudo “pirata”, lejos de pungas, motochorros y facinerosos que podrían robarme.
El empleado, un joven lánguido con un corte franciscano en su cabeza, bigote estilo “fu manchú”, bien parejo, vestido con saco y pantalón azul, nos invitó a que fuésemos a recorrer las viviendas. Cansado, tras visitar cinco inmuebles por casi toda la ciudad, masticaba caramelos de goma sin dejar de bambolear mi mandíbula de un lado al otro. Advertí en los gestos del agente de bienes raíces, una irritación inocultable de fastidio que le producía mis muecas. Lo miré fijo y reflexioné sobre las ganas que él tendría de aplicarme un golpe de puño en el medio de la cara por mal parido; y la patada en el culo que le propinaría a ella, por ser tan hincha pelotas. Salimos, a Mirna le gustó el departamento. Era en un tercer piso sobre calle San Jerónimo, a pocas cuadras de la plaza San Martín.
Regresamos a la Norte, pero esta vez ingresamos por Santa Rosa, subimos las escaleras hasta el entrepiso mientras sonaba en la galería un tema de “Bobi Gora y Tremendo Son”. El vendedor nos dijo que era una sala vip. Cruzamos la puerta y el tal Martínez no atendió, aparentaba un hombre cálido y cauto como una ciénaga mansa. No obstante, noté que le sudaban las manos y la frente, levantó la mirada hacía nosotros y atinó a solicitar con voz temblorosa y entrecortada la plata. Se la entregué y nos hizo tomar asiento en un sillón, nos ofreció café de máquina y nos concedió un formulario para llenar. Dirigiéndose hacia la puerta -dijo -Ahora vengo.
Esperamos media hora hasta que Mirna decidió salir afuera, nos habían engañado. No había nadie y ella empezó a gritar. Luego de hacer la denuncia, dejé a Mirna con sus padres y fui a ver a Carlos.
Al llegar, Carlos me preguntó si Mirna sospechó de la estafa. Le respondí que no y que iba a reponerse. Me entregó los 55 mil dólares y me explicó que con eso no alcanzaba para pagar la deuda. Había que reunir más, pero por lo menos, nos daba tiempo hasta que él convenciese a su novia de buscar departamentos juntos.

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