sábado, 19 de junio de 2010

Confidencias de una mañana en la ferretería

Esta nublado y se siente la brisa en el aire, el olor a tierra se cuela dentro del negocio. Apoyado sobre el mostrador con un café y galletas de salvado, leo el Día a Día. Levanto la mirada y veo a Nores entra por la puerta y con él, un tendal de hojas desprovistas por el álamo plateado en la calle.
Nores, es muy tradicionalista y devoto de San Antonio, concurre religiosamente todos los domingos a misa y fuma como murciélago cuando su mujer no lo ve. Despotrica contra todos y a veces es cansador escucharlo. Sale a caminar todos los días cinco kilómetros y cuando vuelve pasa por la ferretería a comprarme chauchas y palitos. Me saluda cordialmente y observa de reojo el diario encima de la mesa. Lo toma y se detiene un momento en la lectura de la noticia para comentarme el asesinato por la espalda de la joven que andaba patinando con botas negras y mini short blanco en el parque Sarmiento, ayer a la mañana.
-¿Quién lo iba a decir? le respondo. -ocurrírsele matarla con un hilo para atar y cocinar el matambre relleno. Yo que le vendo a usted un montón de metros para que cocine la colita de cuadril, que según ha llegado a mis oídos, es la más sabrosa del barrio porque le pone acelga, huevo duro y puerro fresco -le digo con una sonrisa amigable y pícara; a la vez que exclamo ¡Pobre chica! bamboleando la cabeza de izquierda a derecha.
-¡Pobre!, ¿qué pobre? ¡de acá! mira como salía vestida, un loca parece. Ella lo busco. –dijo levantando la voz Nores, mientras apuntaba con su dedo índice la fotografía del periódico.
Atónito, no pude contestarle nada; además, prosiguió:
-Pobre es el pibe que adoptaron los engendros que se la comen doblada en la esquina de Brandsen ¿qué futuro tiene el niño? ¿cómo la justicia permite eso?. Mira, a ese par de pucheros les metería un pantuflazo por el centro del orto quebrándole ese culo rotoso que portan. Es más, denuncio una conspiración gay. Estos maricas marcan carteles por la ciudad a favor de su unión. ¡Estamos todos locos!. –gritó, al mismo tiempo que unía todos sus dedos en forma de duda gesticulando con sus dos manos.
Desvío la mirada de él y en la vereda diviso a un perro callejero lamerse su entrepatas. Intento minimizar y cambiar el rumbo de la charla preguntándole que va a llevar, me rebate al instante con un tono de voz más bajo y pausado, un telgopor y un cutter afilado. Le entrego los artículos y anoto en el cuaderno lo vendido. Nores me despide agradeciéndome por el cumplido que le hice por sus dote culinario y refunfuñando se retira del negocio.
Relojeo el ovillo de hilo sobre el aparador al lado de los clavos de tres pulgadas y las tuercas bulonadas. Fijo la mirada en ese enredo. Me estimula pensar que a la noche mechare el cuello de Nores de igual forma que meché aquella chica de los patines negros. ¡Oh, sí! como una colita de cuadril bien sabrosa.

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