viernes, 25 de junio de 2010

El libro del pequeño chupón expatriado

Casi a la misma hora pero en otro lugar y con una onda totalmente diferente, la bandoneonísta belga Erika Wollsgur y el musicólogo sefardí Adamus Joselvich, juegan a la Playstation 3. Mientras tanto, por St John's Wood, al noroeste de Londres, Alina camina escuchando en su walkman la arenga estoica de las deidades nacionales al ritmo de “la cabaña”. Aunque, desde esta ciudad mandaron también un bazar de aviones y submarinos cargados de terror atávico que aislaron por completo los hechizos caseros que estaban guardados en el baúl de la piecita del fondo en un rancho roído al sur del planisferio.
Ya en los altos montes helados fue la última vez que nos vimos, hace muchos años sobre el E1 ó, tal vez, el N3. Mirko, sentado en el asiento delantero del colectivo, destinado para embarazadas, minusválidos y personas ancianas, leía en el El Comercio y Justicia una nota concerniente a las referencias inflacionarias como resultantes de las falencias políticas fecundadas en riquezas artificiales y banales. Lloré al verlo. Por el tunga tunga que nunca escuchamos, por la melancolía de la tonada, por Racing, por el rally y el fernet con coca, por la épica universitaria que incluyó la militancia estudiantil, y por Alina. Que en el casamiento de ella, increpó a su cuñado por ser un lamebolas de la Afip y comerse diariamente el faldeado del pequeño comerciante y no el costillar de las grandes corporaciones.
Sin embargo, abracé a Mirko mientras el ómnibus frenaba en la parada de la plaza ex Vélez Sarsfield, duró unos minutos bajo la mirada benevolente del monumento de mármol erguido de Dalmasio. Me comentó acerca de unos poemas y que ya volvía al viejo continente para presentarlos en Edimburgo. Me mostró en su teléfono un video que estaba colgado en youtube donde Alina bailaba con la bandoneonísta belga Erika Wollsgur y daba cátedra de tango con el profesor Adamus Joselvich en el Reino Unido. Su rostro tan angelical brillaba como siempre, como en la noche de su casamiento detrás del gazebo donde flexiono sus rodillas y me propino una felación candente. Recuerdo que Mirko junto a sus amigos armaron un churro quemándose los dedos al compás del “tuta tuta” en el centro de la fiesta como si nada.
Yo, rezaba para que no se percatasen de nuestra ausencia y Alina me comentaba, sin ningún tipo de problema con una sonrisa picara y escabia mientras me desprendía el ambo, que había leído un artículo en la revista Maxim donde revelaban que Cleopatra practicaba la felación con sus soldados para conservar su vitalidad y juventud.
-¿Sabías? –preguntó.
-en aquella época se le atribuía al semen, propiedades mágicas -y volvió a reír. Además, continuó con su glosa.
-Las prostitutas de Fenicia e Egipto fueron las primeras en utilizar lápiz labial para notificarles a sus clientes de sus talentos bucales. En cambio, las romanas escribían directamente en las paredes para que supieran que ejercían el oficio. -terminó y añadió: -¡Muy bueno, no! –y se metió entero mi miembro en su boca.
Bajé en la parada del Paseo del Buen Pastor luego de un apretón de mano y un beso en la mejilla dándole suerte para la vuelta. Mirko, me abrazó y susurro que iba a darle mis saludos a Alina.
Los años pasaron y hoy viene a mi memoria ese encuentro, ya que he hallado bajo la cómoda la edición de bolsillo de “La Ilíada”, regalo que Mirko me hizo en la facultad. Extrañamente observo que están marcadas las páginas donde mencionan a las mujeres de Lesbos, con fotos de Alina y mías en el casamiento. Bajo el gazebo y con la bragueta abierta.

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