viernes, 18 de junio de 2010

Lucy bajo el cielo con tabletas

Lucy vive de alquiler en un viejo monoblock de barrio SEP. Pasa las tardes en el balcón con un caracol, una vaca, un conejo y un perro. Desde la ventana del frente, un joven de corte inglés le roba sonrisas todas las mañanas mientras su abuela se encuentra bajo un invierno perpetuo de vegetación desojada.
Todas las tardes luego del aseo, toma mate con sus amigos y escuche tunga tunga al ritmo del güiro poético y suburbano. En su cuadra, es la campeona femenina de salto en piola, pero la nena fuma marihuana bajo las gotas que caen de los aires acondicionados en los complejos habitacionales al lado del baldío.
Lucy no tiene padre, estubo preso por armar peleas de box en la esquina del barrio y se ha enterado que murió por integrar una banda de gas pimienta en el pabellón del diablo. Sueña con partir a Marruecos comiendo tartas de espinacas bajo el cielo de baratijas en la calle San Martín.
Lucy dibuja en papeles blancos una travesía psicodélica en barco. Sentada en el balcón, atraviesa un país de flores amarrillas mientras apunta en el diario el número telefónico de un taxi. Ella cuida a su abuela y el coche nunca llega a la comarca. Sin mocos y lágrimas, ella, la lleva una vez a la semana a los controles hospitalarios en el ómnibus urbano.
Hace frío. Y en la sala de espera del Clínicas un joven con el virus sufre la discriminación de la violencia social; al frente, una drag queen brasileña recorre la intimidad de los pasillos para ganarse la vida y detrás de Lucy, una mujer con cerebro humano descansa sobre una cama en un cuerpo artificial y plástico.
El médico le explica que son tiempos duros y la anciana necesita consumir drogas para ocasionarles momentos felices –Un accidente cerebrovascular, tiene su abuela– indica el galeno.
De regreso, Lucy vende merluza en la puerta del vecindario y entre mariposas amargas sin cromos divaga con métodos de terapias revolucionarias. La plata no alcanza y el humo derrite la vela. Lucy piensa que una sobredosis haría feliz el viaje de su abuela al cielo. Pero, sin tabletas.

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