martes, 1 de junio de 2010

El socio

Se asomaba en la lejanía de sus ojos, el cálido y hospitalario sur. Temblando en una lengua, sensible y pastosa, se acercaba a toda prisa. Por el sendero, volvía endemoniado como un astro calavera con el sol a cuesta, mientras trataba de leer en su celular un mensaje perdido de su socio Jorge. En silencio, recordó el café Lisboa, allí Flavia deslizó su silueta entre sus manos; como arcillas y piel, moldeando un recorrido infinito hacía la cama del hotel Acuario.
La sensación agridulce bajo las flamas ardiente del viento norte, ondulaban en sus pupilas cansadas. Las cicatrices de la huida explotaban en sus entrañas. Aumentó su stress y se detuvo en una estación de servicio. Ingresó al baño, llevó el agua a su cara y del maletín saco la colonia aplicándosela en todo el cuerpo.
Salió del baño y subió al auto aún nervioso, sintió un mal invisible que lo observaba y arrancó, estaciono en la puerta de su casa y entró por la cocina donde se encontraba su mujer. El beso de ella fue tan cerca, que le pareció que exhalaba el gozoso vientre de Flavia. Cerró sus ojos y una brisa congelante le provoca un escalofrío por el cuello, no pudo más, se arrodillo y le confesó el engaño.
Aliviada y sin resentimiento, ella muda se dirigió a la mesada colindante con la heladera, se agacho y abrió las puertas plegadizas, gesticulando con sus brazos asemejándose al aleteo de las mariposas, hizo que Jorge saliera. Él, se levantó, sacudió el pantalón, se puso el saco y se retiró de la cocina con un: “nos vemos mañana, socio”.

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