lunes, 5 de julio de 2010

Dios está en los detalles de año nuevo (Menos es más)

Viajábamos bajo un cielo de diciembre hacia la vendimia de Helmuth Lovano en Mayu Sumaj. Tu pelo moreno se enredaba en la guitarra de seis ó siete cuerdas mientras reclamabas un mordisco de criollitos secos y duros. Por los parlantes, el sonido de “Far Wes” de Wes Montgomery rodeaba todo el auto. Volvías la mirada elegantemente y ojeabas casualmente una revista con fotografías de Irving Penn, atrapados entre esas cuatro esquinas rigurosas en blanco y negro los modelos se impregnaba en tus retinas. Las luces laterales de la ruta se difuminaban por tu rostro como una fotocopia sobria y extasiada similar a un boceto de Ludwig Mies van der Rohe. Sin duda alguna en tu sonrisa se mostraba "less is more" y "god is in the details".
Miré el reloj, faltaban quince minutos para la medianoche y cruzábamos el peaje sin que nadie se percatase que una familia de Carcarañas había desaparecido en el kilómetro 32, a la altura de la cementera "Corcemar" en Malageño.
Por la autopista Justiniano Pose, las sierras desdibujaban las sombras nocturnas y asomaba el fresco aroma a peperina. Ella me contaba sobre el gringo Lovano, un empresario vitivinícola e enólogo de Dresden, que llegó al país luego de la segunda guerra y fue profesor de trompeta en la Escuela de música provincial de Córdoba; además, dictó clases en el Conservatorio de Arte Dramático. Se convirtió en un exportador de vinos gracias a una pequeña parra de uvas extraña que trajo consigo luego de escapar de Alemania del este. Afincándose en un rancho de Mayu Sumaj, trasplantó el racimo multiplicándolo por los cerros punillense en unos pocos años. Por lo menos, eso le dijo a Isabela cuando entró a trabajar para él.
Además, relató ella que en su primer día cuando se presentó, él le decía que estaba muy ocupado terminando de refinar el producto, a la vez que acariciaba su cabellera rubia engominada y en calzoncillos con una joven trigueña sentada en sus rodillas mientras sonaba desde su celular “in a silent way” de Miles Davis.
Isabela, entregaba los pedidos que yo le hacía a la bodega de Helmuth Lovano, eran buena cepa para acompañar un rico asado. Siempre que llegaba a la despensa hablábamos de lo hermoso que era la zona de Punilla y le comentaba que todos los años en familia íbamos a veranear uno quince días. Salimos un día antes de año nuevo para evitar la congestión en la autopista, y fue en Malageño donde nos interceptaron dos personas de negro que nos detuvieron y abordaron el Ford Focus gris a punta de pistola, uno de los dos estaba maniatado, el que tenía el arma lo sentó atrás y luego apuntándome a mi me ordeno que siguiéramos. Asustado arranqué, el intruso armado se saco el pasamontañas y descubrí que era Isabela. Se disculpó, pero era la única manera de poder sacar a Lovano sin ser detectados, me indicó con los ojos clavados a los míos como refugiándose en mi aceptación.
Me contó que era una cazanazis y trabajaba realmente para el Centro Wiesenthal de Jerusalén como incógnita para poder llegar al asistente de Aribert Heim, alias “doctor muerte”. Confirmó que Helmuth Lovano tenía el perfil ya que utilizaba inyecciones de benceno para desarrollar los racimos de uvas, proceso que multiplicaba la cepa, pero en los campos de exterminio nazi lo utilizaban en personas para arrancarles los órganos, operándolas sin anestesia hasta que explotase el corazón. Y, entre risas y ademanes conservaban los cráneos como los que él tenía en su casa de Mayu Sumaj.
Ya estábamos cerca de la entrada de Villa Carlos Paz, la policía junto al intendente ordenaban el tránsito desviando a los conductores hacia la banquina, esperaban que el primer turista cruzara las cero horas del treintiuno. Aterrizamos en medio de una marea humana a caballo con cincha y facón, promotoras enfundadas en calzas bien apretadas que remarcaban la fruta tan exquisita como los alfajores serranos que entregaban, copas de plástico con espumantes (Lovano) para la ocasión, y el notero del canal local capturando la postal de inicio en la temporada estival.
La frenada lijó las cubiertas contra el asfalto dejándola sin dibujo, Isabela nos obligó a bajar del auto con las manos arriba, nerviosa y arrepentida, tiró ansiosa la ganzúa taiwanesa que había comprado en la “Galería Norte”, según me dijo. Tres agentes se acercaron sorprendidos y observaron dentro del rodado, boquiabierto detectaron que en el interior llevábamos una pistola 9 milímetros Sig Sauer, 4 mil pesos, una buena cantidad de C4, a Helmuth Lovano y a mi familia secuestrada de Carcarañas.

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