lunes, 12 de abril de 2010

La dignidad del santo

-Todo va bien -contestó satíricamente después de colgar el teléfono. El largo proceso de obtener trabajo le procuraba una fuerte ansiedad y depresión que arremetía como un martillo golpeteando el ánimo una y otra vez sin parar. Con prisa vagaba por los anuncios laborales que publicaba todos los días el diario y como un test múltiple-choice marcaba con lapicera roja los pedidos tanto profesionales como los de oficio varios. Semanas tras semanas repetía el rito de la lapicera roja presentándose con el rigor desfachatado de alguien desesperado. Sin embargo, nunca manifestó tal sentimiento y en contrapartida profesaba en todas las entrevistas, un personaje glamoroso y carismático que mentía y amenazaba al punto tal de un engreimiento mental poco sustentable.
El clima caluroso del mediodía y de las primeras horas de la tarde lo encontraban callejeando por todo los puestos y siempre lo mismo, su actitud sólo lo llevaba a levantarse y dar la mano, girar con el cuerpo hacía la puerta, agachar la cabeza y salir arrastrando los pies hasta quedar exhausto. Ya en las noches frías bajo la sombra del ornamental púlpito y altar de la basílica de la Merced, previo atrevimiento de observación en calle Rivadavia el muro exterior del templo rebosando de misericordia ante la serie de cerámicas realizadas por “Armando Sicca” con la historia de Córdoba, alentaba en él ver esa esculturas humilladas y despreciadas a la intemperie por los transeúntes de turno.
Con el cuerpo fastidiado y el alma quebrada, se ponía de rodilla ante la imagen del santo al costado derecho de la nave central, las lágrimas golpeaban el mármol de la antigua construcción del siglo XVII y sin imitar al crucificado recorría con la vista la iglesia, tres sacerdotes se ubicaban en tres confesionarios distribuido en un triángulo imaginario enfrente del altar, la rotación de fieles no era pausada ya que en el sacramento de la reconciliación no había mayoría para el desahogo.
Volvía la mirada al beato y como vinculado a algo impalpable la serenidad se inscribió en su ser, el reposo silencioso del niño en las manos del bienaventurado caló en las abandonadas y doloridas rodillas llagadas por friccionar con el mármol, el timbre del celular rompía el mutismo celestial, con los ojos grandes y encendidos quedado perplejo tras oír que había sido seleccionado para el puesto en una agencia de viajes, la sonrisa y el agradecimiento exploto desahuciadamente ante la figura del bendito que acurrucaba entre su pecho a la criatura divina.
Erigió su cuerpo tras persignarse y marchó hacía la salida, al lado del portón de entrada un anciano ruido por los años y desprovisto de toda seguridad social dando un aspecto de cachivache extendía la mano con la intención de ayuda, hurgó los bolsillos del pantalón y encontró cinco pesos, que terminarían sin duda alguna en un atada de veinte puchos rubios, se acercó al viejo y le entregó los cinco pesos al tiempo que le preguntaba como estaba. -¡Ahora, todo va bien! -Respondió satisfecho.

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