viernes, 9 de abril de 2010

A veces

Me senté en una silla de plástico blanca y respiré profundamente una par de veces, a veces fuera de casa parece desopilante el insomnio y otras veces placentero, pero luego de 27 años de tenerlo a mi lado, el equilibrio que nos unía se quebró. Su empeño por quedarse en su pequeño ostracismo de los años ’60 donde a veces su memoria lo remontaba a su militancia panfletera troska, no rendía frutos.
Crucé las piernas y el plástico de la silla crujió. Incapaz de controlar el sentimiento de culpabilidad de conciencia me pregunté si alguien más creería que él tuviese la capacidad de seguir con sus labores diarias de representarme, ya que sus contactos, amigos y compañeros a veces se encontraban en el obituario del diario.
La brisa fresca ahora me hacía tiritar, pensé que él ya había hecho su trabajo y que tenía que volver a ser sólo mi papá otra vez y dejarme compilar y repasar los documentos literarios con otros colegas. Siempre me acompañó con su pluma incondicional y atrevida que ni la izquierda quiso leer.
Sin embargo, ya era hora de un principio a fin. A veces el amor es un estremecimiento extravagante de odio y delicia en un cerrar de ojos que de repente con arrugas y canas cambia de color; y se escriben con lágrimas que acompañan nuestros sueños.
Del otro lado de la puerta a veces escuchaba una sonrisita ventrílocuo parlante. El frío que me envolvía por todo el cuerpo hizo que el bostezo tensara mis músculos y pesara más que de costumbre, el chirrido de la silla confirmo la quebradura del plástico y de culo pasé al suelo. ¡La puta!, a veces no recuerdo que aún sabe como cambiar la cerradura.

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