martes, 20 de abril de 2010

Obispo Oro e Ituzaingo

Se tardo más de la cuenta llegar, la bocacalle en la esquina de Obispo Oro e Ituzaingo estaba cubierta por una bolsa negra de basura, y el agua que acumulaba casi un metro y medio de alto corría por la arteria desaforadamente después de la intensa lluvia de anoche. Al ingresar al departamento de dos ambientes se encontraba Elisa sola, afuera, José arrodillado y desolado no podía pronunciar palabra. Sentada con lágrimas en sus ojos y la mirada disipada en el suelo, ella fumaba compulsivamente un cigarrillo con su mano derecha, mientras sostenía con la izquierda un juguete verde.
Se hizo presente el suboficial Gutiérrez empapado, tuvo que cubrir el caso de una mujer caucásica rubia asesinada en su casa de barrio Alto Yapeyú unas horas antes.
-¿Qué paso? –preguntamos directamente, Elisa levanto la mirada y con la voz entrecortada comenzó a relatar lo sucedido:
Apenas lo conocí, él me comentó que era separado y que tenía dos hijos; uno de tres y otro de cinco años. Al principio le restó importancia ya que José se comportaba como una persona encantadora que me agasajaba constantemente con cenas, viajes, momentos amorosos intensos; en fin, me hacía sentir una reina. Es más, los fines de semanas que él gozaba de la custodia de los chicos, salíamos los cuatro de paseo por los parques y los juegos de la zona.
Sin embargo, a medida que pasó el tiempo observé que José se convertía en un padre ocupadísimo y que los pequeños no sentían apego hacía mi persona. Los caprichos y la decidía hastiaban mis nervios y mi mente; los enfrentamientos celosos por quién poseía la prioridad de José empezó a resquebrajarnos. La soledad, el miedo y la idea de tener a mi hombre sólo para mí empezaron a rondar por mi cabeza.
Anoche, me sentía angustiada y no pude dormir, pensaba que él ya no me iba a querer, me dio temor con motivo, la madre llamaba siete veces por hora para ver que los niños se encontraran bien y José debía mantener una buena relación con su ex todo el tiempo.
Recuerdo que mencionó ver a los chiquillos en la bañera y desesperadamente los ojos se dilataban a medida que no ingresaba aire en sus pulmones, el chapoteo insistente por tratar de levantarse rebalso la tina mojando el suelo del baño, unos segundos después los movimientos de los organismos anduvieron menos intensos hasta que las burbujas mermaron con sólo un globito en el agua mansa, balanceándose de un extremo a otro.
Luego, los cuerpos fueron cubiertos con una bolsa de consorcio negra y sacados a la vereda lluviosa y él se fue a conversar con la madre de sus hijos en Alto Yapeyú. Por lo menos, eso fue lo que me dijo José cuando llegué esta mañana al departamento, quebrado en llanto.
Dos empleados del desagüe municipal destaparon la bocacalle y nos trajeron la bolsa negra con los infantes en su interior. Subimos en el móvil al hombre que aceptó con frialdad la acusación de infanticidio y asesinato a su ex mujer, mientras clamaba por el amor de Elisa justificando que la única salida para la libertad de estar juntos, era ese.

No hay comentarios: