jueves, 29 de julio de 2010

El sicario que tomó mate por la luna, el húngaro y los viejos amigos


Sentado sobre la banca de la plazoleta del Fundador y debajo de un níspero añejo donde se juntaban algunos jóvenes en ronda, tomaba un mate simple. Esperaba que bajase el pobre diablo que había estafado al “húngaro”, un gringo sojero de la localidad de Coronel Molde y conocido por sus estrechas relaciones con el difunto empresario Alfredo Yabrán.
El embaucador, era un abogado de treinta años que trabajaba en Rentas de la provincia. -tenés que encargarte del tipo -me dijo el sembrador cuando me contrato. Había malversado ciertos planos de unos campos repletos de sojas que pertenecían al húngaro, con nombre de otro.
Seguramente, el mal parido estaría finiquitando la transa en la oficina del 3 “B” de la calle Obispo Trejo y 27 de Abril, frente a la plazoleta del Fundador. El pícaro, había estacionado su auto, un Chevrolet Corsa, sobre 27 de Abril. Coloqué una “bomba lapa” bajo el chasis del rodado, perforándolo y adhiriéndolo con un imán, la activación sería por medio de un sensor de movimiento (o sea, con el encendido de las llaves).
Mientras hacía tiempo, recordé el 20 de julio de 1994, cuando Gustavo, Lucero y yo tomábamos mate bajó el mástil de piedra y recostados arriba de una bolsa arpillera en el césped de la plaza Gutemberg de Villa Belgrano. Con una remera de Nirvana y las chuzas largas hasta la cintura, Gustavo cebaba mate y comenzaba la ronda por la izquierda. Lucero ofuscada, lo puteaba considerándolo como una falta de respeto.
Ella, vestía unos hot pants por encima de las calzas negras, botas de caña alta (negras también), un batido monumental con fijador en su cabeza (similar a Gloria Trevi). Siempre muy pintada, cubierta de anillos, pulseras, aros y la cruz malta como colgante, regalo que le había hecho para su cumpleaños.
Yo, enfundado con mi vaquero Uniform que en el bolsillo trasero derecho tenía bordada la estrella roja, zapatilla Nike air azules y mi camisa hawaiana con dos botones prendidos, les mostré el articulo que había salido publicado en la revista “muy interesante” sobre el aniversario de los 25 años de la llegada del hombre a la luna.
-¡Qué groso!, amiga. – le dije, y además, le cité una frase de la nota.
-El amigo Armstrong pone el pie en la luna y dice: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.
-Sí, es cierto – me había contestado Lucero, y prosiguió con su reflexión de amistad: -pero Collins dentro de la nave en el día del amigo, es el “hombre más solitario del universo”. –finalizó, mientras cargaba el porongo con tres cuartas partes de yerba y con la palma de la mano derecha lo tapaba, dándolo vuelta boca abajo y agitándolo enérgicamente.
Luego de sus palabras, Gustavo le arrebato el mate llenándose de polvillo las manos y lo tomó hervido.
-¡Ves! por porfiado, eso delata envidia y sos un tonto porque yo estaba cebando. -susurró ella sonriendo y jugando con sus bucles en la cabeza.
Me acuerdo que yo me levanté y fui a comprar unos churros con el walkman en la cintura y los auriculares colgados en los oídos escuchando el tema “Amigos” de Los Enanitos Verdes al puesto del flaco Gigena, en la esquina de calle Boyle y Gauss, justo frente de la plaza.
Volví en mí y miré el reloj, ansioso quería que el abogado saliese ya, tenía que juntarme con Lucero en la plaza Gutemberg para festejar. Corrí la mirada hacía la izquierda y divise al truhán salir del edificio, paró a comprar un atado de cigarrillo en el quiosco antes de llegar al auto. Prosiguió su marcha, subió al Corsa y cinco segundos después, el trabajo fue perfecto. No hubo que sufrir daños colaterales. Había utilizado “Tovex”, un explosivo gelatinoso que sirve para implosionar edificios.
Apure el último mate con espuma mientras se tapaba la bombilla, no quería decepcionarla a ella llegando tarde. Porque seguramente se iba a decepcionar cuando no llegase Gustavo hoy a la plaza. Y peor aún, se entristecería mucho mañana a la mañana cuando leyese en el diario que murió calcinado en su auto, luego de la explosión.

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