lunes, 3 de mayo de 2010

Clóset monstruosos

-¡Están ó no están!.
-¡Mierda!. Quisiera no despertar más.
-Si supieran.
-¡Qué pasaría, si supieran!
- No hay dudas.
-Rabiarían tanto contra mí.
-Dan ganas de no levantarse.
Estoy cansado de oír sólo mi voz. He pasado tres días en la cama ahogado en piélago de sábanas frías sin una arruga, postrado en posición fetal.
-Estoy solo.
-No le temo a la oscuridad, así que antes de ponerme nervioso intento serenarme.
-Perfecto.
Recuerdo que de niño dormía con el placard cerrado de cagón. Le decía a mi madre que troncara la puerta para que Salím, el gato, no se metiera adentro y llenara la ropa de pelos. Hay cosas que por mucho que pase el tiempo y por muy lejos que parezcan que estén, nunca cambian. Qué ironía, estoy cansado del ser humano. Cada tanto hay momentos para pensar en lo que somos y hacemos.
Escucho a la señora de la limpieza abriendo las ventanas del pasillo para purificar el ambiente.
-Es patético esperar cuatro horas para que armonice el nicho.
-Mejor me levanto y me cambio.
-Guardapolvo cuadriculado con cuello mao color negro.
Nunca entendí a la gente que clausuró sus clóset para purificar y mantener cautivo al monstruo, yo estoy muy bien conmigo mismo. No me imaginé la fragancia esparcidas en el tiempo, tan erótico, tan sublime, tan placentero de vestirme de monstruo.
-¡Qué elegancia! –Me digo, en frente de la puerta espejo del placard.
-Un puñal enfundado en la mano derecha y una bolsa de plástico negra en la izquierda, mientras mis labios saborean un "Chesterfield Light".
-Se merece la paga.
-¡I know!.

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