jueves, 20 de mayo de 2010

El Tártaro

Carola tenía 18 años y preparaba los cuerpos fallecidos que viajaban al Hades, ó por lo menos así lo pensaba. Sabía del silencio y del sueño metódico que rendía frutos en los brazos tiernos de los difuntos. La creatividad para ella, era una mirada, un frenesí de baboseos, una inquietud sin tiempo en el lugar mas profundo de todos. El tártaro.
Conocía la capacidad universal del alma, y también, la vehemencia de la condición humana. Estoicamente, Carola, fue hasta el Olimpo en un día lluvioso, tardó algunos meses y cobró ahínco. Sus lágrimas se volvieron bronce y detuvieron el tiempo. Recordó, que él mientras le hablaba, siempre la miraba con lujuria y le susurraba al oído amenazas, obligándola a satisfacer los instintos más macabros que ella despreciaba.
Su padre, una personalidad malvada y cruel, quedó tendido sobre los mosaicos de la cocina con un tenedor clavado en la nuca. Quizás, por el interés en la mitología del señor de los infiernos, el cielo se le hizo visible en sus ojos y con melodías de deseo, preparó el brazo paterno.

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