jueves, 27 de mayo de 2010

El mostrenco

Tenía una voz sencilla y pragmática para describir este mundo como un lugar bello y acogedor. Con ferocidad y melancolía, bramaba en las esquinas céntricas lo obsceno y pegadizo que eran los caminos del mundo, y como las sutilezas y espesuras poéticas del entorno, incursionaban en nuestras almas. Nunca pronunciaba palabras guarangas, explicitas y soezas, por lo contrario, se abocaba a la búsqueda del habla autóctona con un sutil gusto por las tradiciones serranas.
Sin embargo, ya desde el paleolítico de su vida se ponía en puntas de pie intentando huir por la ventana de la cordura en un silencio parco y maravilloso. La locura lo amordazó en el renacimiento de sus años, aguantando a cuenta gotas sus gozos, dolores, alegrías y tristezas pasajeras.
Afanosamente, transitaba el siglo sin hablar de las enigmáticas mujeres que poseían ese linaje angelical, similar a Venus ó Madona, impregnadas en tonos ocres de lienzos invaluables que empachaban los ojos criollos.
En algunas ocasiones, bebía solo, e invitaba a beber a la noche. Ebrio, escupía los mosaicos chinos de las veredas agrietadas y escapaba de su sombra sin designio lírico. Cada tanto coleccionaba colillas de cigarrillos, arrullándolas en una servilleta de papel manteca que le daban los puesteros de la corte en el café de los mil vagabundos. Él, celosamente los guardaba en el bolsillo interno del saco como un poema secreto aún no escrito.
A la hora del crepúsculo aspiraba el aroma de las flores, sólo que la fragancia venía del desagüe. Luego, conversaba con las aves de la plaza, mientras le silbaba distante una melodía que expulsaba migajas de sémolas pasadas.
Ya en la oscuridad, tras el traqueteo diario, la catrera fabricada con cartón prensado soportaba el curtido cuerpo bajo el estrellado pórtico del Banco Nación, reposaba en el sueño onírico remembrando la antología de sus logros, y también de sus derrotas.

No hay comentarios: